''Los locos del Rocío'' por Javier Benítez Zúñiga

04/06/19 Cofrademanía Javier Benítez Zúñiga

Cuando Porvera y Cristina
se estremecen de mañana;
cuando la espera termina
la primavera derrama
gotas de tinta morada
que reescriben una historia;
la de Jerez que ya sale
para buscar a su Madre
por un Camino de gloria.

Los rocieros somos gente con suerte: estamos locos. Y los de Jerez...los de Jerez somos de los más peligrosos. Faltan un puñado de horas para que Santo Domingo y Cristina se salpiquen de colores, de sonrisas interminables, latidos acelerados,  emoción, miradas perdidas y muchos nervios. Un cuadro clínico preocupante, como veis. Y me imagino en estos momentos en decenas de casas jerezanas los trajes colgados, las camisas planchadas, los “cabujones” a medio llenar, las medallas a punto de ser descolgadas del cabecero de la cama. Y la espera. Ese intangible que marca el devenir de los rocieros. Siempre esperando para volver, para verla de nuevo, para sentir, para cantarle, para quitarse el sombrero, que es como se saluda a la Virgen. Ya casi no quedan aquellos calendarios en los que se arrancaban las hojas, pero todos hemos ido tachando los días y, de una u otra forma, hemos llevado la cuenta. Deseando que sea Miércoles, pero con el temor de que todo pase como un soplo. Si es que estamos fatal.

No es normal abandonar las comodidades de nuestras casas -los más afortunados durante nueve días- para cargarse de bultos y ponerse a seguir una carreta de plata por senderos de arena cuajados de romero, jara, lentisco y pinos;  dormir al raso iluminados sólo por miles de estrellas; pasar mucho calor o mucho frío. A veces, ambas cosas al mismo tiempo. Y sin wifi. Increíble, vamos.

Dejar por un tiempo nuestra sociedad avanzada y deshumanizada para convivir en mitad de la naturaleza y volver a ser un poco más personas. Y después de tres días de risas y llantos, llegar hasta unas marismas dibujadas por el mismo Dios en el horizonte, donde se eleva recortando el cielo azul una ermita blanca epicentro de tanta devoción y tanta verdad.

Estamos locos. Algunos por herencia familiar, otros por casualidad, muchos porque sí. Todos porque lo ha querido la Virgen. Hay, de hecho, quien no cree en nada más que en Ella. He visto a hombres y mujeres llegar desde Japón, Zaragoza o Bruselas y caer rendidos por la evidencia.

Hace ya un buen manojo de años recuerdo que uno de los periódicos más importantes de España, El País, quiso hacer una especie de experimento periodístico y sociológico con El Rocío. Envió a seguir la Romería a un redactor, creo que de Bilbao, que sabía de esto lo mismo que cualquiera de nosotros sobre los versolaris vascos o el levantamiento de piedras. Fue interesante aquello. Una de sus principales conclusiones, en efecto, resultó ser que todos los rocieros estamos un poco pa'llá. 

Ayer mismo una persona muy querida y cercana me decía: "Este año no podemos ir, pídele por nosotros, para que podamos volver el año que viene". Y así lo haré. ¿Cuántos síntomas más hacen falta? Decídselo a todos, pero no se lo contéis a nadie. Eso que sólo sabemos nosotros y no se puede explicar con palabras...Qué suerte de locura, qué afortunados somos. Empieza el Camino, hermanos.

¡Viva la Virgen del Rocío!

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