“Ronda tiene uno de los castillos más
formidables y elevados, que lo coronan las nubes a modo de turbante y como si lo engalanaran con collares dobles de
perlas variadas”, así la veía, en el siglo XII, Abu l-Fida. Y es que Ronda se
levanta casi tocando el cielo, en el corazón mismo de la Serranía que lleva su nombre, asomándose con
vértigo sobre el famoso Tajo. “Su horizonte está siempre brumoso”, decía otro
poeta anónimo del siglo XI, y es que la claridad lechosa de la sierra abraza la
ciudad y la sumerge en un ambiente de ensoñación, envolviéndola en un especial
encanto. Ronda, la que tanto pasado musulmán alberga y que tanto atrajo a los
viajeros románticos, en busca del encanto de su medina, con la magnificencia de
sus palacios, el elevado balcón sobre el tajo que hoy rompe la ciudad en dos
mitades, el puente que las une en un alarde arquitectónico sin par, es una
localidad digna de ser visitada y saboreada
también hoy.
La Ronda musulmana, poblada
principalmente en la época de la invasión por beréberes, lo que no la priva de
contar en su población con muchas familias muladíes, mozárabes, indígenas, se
adhiere enseguida al joven príncipe omeya Abd Al-Rahman I para ya en el siglo X
ser, según Al-Razi, plaza “muy fuerte y muy antigua”.
Los
avatares históricos hasta que el 22 de mayo de 1485, la conquistase para los
reinos cristianos Fernando el Católico, son muchos. De allí fue gobernador
Yazid Al-Radi, hijo del rey poeta sevillano Al-Mutamid, que escribe un
melancólico poema a su muerte: ”...di a las estrellas brillantes que lloren
conmigo. / Juntos les lloraremos, juntos
seremos tristes”.
De
aquella época quedan importantes huellas en la Ronda actual que el viajero
recorrerá a pie para contemplar sus rincones y sus calles. El Puente Viejo, los
Baños Árabes, la Muralla y la puerta de Azijara, el alminar de San Sebastián,
la Puerta de Almocábar –que era principal de la ciudad y que como su nombre
indica conducía al cementerio musulmán de la ciudad-, aquel maravilloso arco
del Mirhab, de estilo nazarí, escondido en el interior de la Iglesia de Santa
María la Mayor. Bajar hasta los baños, en un entorno encantador al lado del
Arroyo de las Culebras, cerca del Puente Viejo, al lado de la que fuera
sinagoga y hoy es capilla de la Cruz, y junto al puente de San Miguel que
aunque es de origen árabe se le ha conocido siempre como el puente romano.
Bajar hasta aquel entorno vale la pena. Otro gallo cantará a la hora de subir las
empinadas cuestas para volver al corazón de la ciudad. Y el cansancio se hará
sentir más si tenemos el atrevimiento de entrar en la que hoy –de manera
imprecisa- llaman casa del Rey Moro y nos da por bajar a la Mina de Agua (siglo
XIV), que no es sino una profunda escalera en zigzag excavada en la roca y que
salvan 60 metros de desnivel desde la ciudad hasta el río. Una escalera de 365
peldaños de los que hoy se conservan 200. Merece la pena visitarse, pero
también es indispensable que nos lo tomemos con calma y que antes de emprender
la “aventura” descansemos en los maravillosos jardines de la casa, en una
extraordinaria balconada sobre el tajo, y que fueron diseñados por Forestier en
1912.
De
la época ya cristiana muchas son las joyas que custodia Ronda. Templos
cristianos como, el del Espíritu Santo, el de Padre Jesús con una fachada torre
del siglo XV en el Barrio del Mercadillo, la iglesia del Socorro, la iglesia
del convento de la Merced y la ya mencionada iglesia de Santa María la Mayor,
con la casita de la torre adosada a ella, un estupendo edificio de corte mudéjar.
La balconada de esta iglesia, en lo que constituye una original portada, servía
como la del Ayuntamiento que completa esta estupenda plaza, de palco para
contemplar las corridas de toros que allí se celebraron.
Y
los palacios de Ronda, con sus hermosos patios y sus imponentes fachadas,
importantes exponentes de la arquitectura civil rondeña. El Palacio del Marqués
de Salvatierra, el de Mondragón; y casas, con hermosas fachadas y estupenda
planta: la de San Juan Bosco, la del Casino o Circulo de artistas...
Ronda,
cuna de toreros y de artistas, es cuna de intelectuales como Francisco Giner de
los Ríos (1879-1949), creador de la Institución Libre de Enseñanza, y de poetas
como Vicente Espinel (1550-1624), creador de la décima que lleva su nombre. Y
en su memoria, hombres como Orson Welles, Hemingway, Joyce que precisamente en
Ronda termina su celebre obra “Ulyses”. Y, naturalmente, el poeta Rilke, que aquí vivió y escribió
durante una larga temporada y que en su carta a Rodín, desde la ciudad del
Tajo, escribía: “Ronda es una comarca incomparable, un gigante de roca que sobre sus
espaldas soporta una ciudad pequeña...”. Pequeña, quizás en
dimensiones, pero grande como joya del arte y de la historia.