La nave de los locos

14/06/17 +Jerez Antonio Aguayo
El Arte es una expresión de la sociedad. Probablemente una de las expresiones más clarividentes, críticas y reveladoras de la sociedad que le ha tocado vivir, y uno de los exponentes más fiables del momento histórico. Por ello, y no me canso de repetirlo, en las obras de arte podemos encontrar las mejores enseñanzas, porque el arte, si realmente ejerce como tal, nos aporta un testimonio esclarecedor de los problemas, miserias o grandezas de un tiempo, de todos los tiempos vividos por el ser humano. Y digo de todos los tiempos ya que parece evidente que no somos capaces de aprender de nuestros errores, y volvemos a tropezar, una y otra vez, en la misma piedra, en los mismos defectos. El arte, machaconamente nos presenta ante nuestros ojos, si queremos mirar, o si queremos ver, que no es lo mismo, aquellos errores cometidos, mostrándonos las consecuencias a que nos han llevado, tratando de advertir a la sociedad del peligro que conlleva el hacer caso omiso de la experiencia.
Uno de los personajes más clarividentes de toda la historia, no sólo como artista, sino también como ser humano, un tanto desconocido en sus orígenes y su formación, pero absolutamente aterrador por su modo de interpretar el arte es El Bosco, del cual nos ocuparemos en otro momento de su grandes obras. Hoy quiero traer a estas páginas una de las obras que con más lucidez analiza la sociedad de su tiempo, de todos los tiempos: La nave de los locos.
Inspirada, o al menos con coincidencias con El elogio de la locura, de  Erasmo de Rotterdam, el cuadro muestra un barco, absolutamente a la deriva, repleto de seres que no muestran el más mínimo interés en gobernar la nave en la que navegan. Concebido como una crítica a la sociedad de su tiempo, su contenido se puede extrapolar a nuestra sociedad actual sin ningún genero de problemas.
En un primer plano se puede observar a los representantes de la Iglesia, el fraile y la monja, pendientes de comer el alimento que pende del árbol, pero tan obsesionados están, que no son conscientes de que lo que tiene sobre la mesa les es robado por los que, desnudos en el agua, tratan de obtener el alimento. Todos los vicios, la gula, la lujuria, la avaricia, habitan en la pequeña nave, gobernada por la locura, que tocada con un embudo a manera de sombrero, parece dirigir la nave a ninguna parte. En el mástil, transformado en árbol, alusivo a aquel que ocasionara la perdición del género humano en el Paraíso primigenio, asoma la cabeza del diablo acechante, satisfecho del rumbo que adquiere la embarcación, o mejor dicho, el no-rumbo.
Si eliminamos las connotaciones religiosas del pecado, del diablo, es evidente que la escena no puede reflejar mejor la situación actual de nuestro país, donde la locura parece erigirse en el paladín universal, en el cual un partido corrupto hasta las últimas consecuencias, que ha llevado el país a la bancarrota y donde los casos de corrupción son el tema habitual con el que nos despertamos todos los días, gobierna el país. Un país en que la libertad cada día está más restringida, donde puedes ir a la cárcel por una caricatura, pero en cambio puedes robar impunemente sin que haya el peligro de ir a prisión, y sobre todo, por mucho que se haya robado, no te obliguen a devolver el dinero. Un país en que la honradez está considerada casi como un defecto, y en el que si un partido es investigado, de lo cual todos deberíamos celebrarlo, se amenaza con judicializar la política.
Un país en donde la inacción política está considerada un mérito, y se premia al político en forma de estatua de mármol, votándole de nuevo para que siga ejerciendo la no-política. Donde se puede llegar a un conflicto de intereses por no reconocer un hecho histórico como es el caso de los nacionalismos. Un país en el que las diferencias ideológicas parecen un error del pasado. Donde nadie quiere posicionarse de cara a un electorado. Donde el posibilismo es el rey de la política. Donde la democracia ha quedado en un nombre, una etiqueta que se quiere, nos quieren, hacer confundir con el consumismo.
Un país, en definitiva, que parece estar gobernado por la Locura, y donde nos vemos perfectamente representados, mucho tiempo después, por una figura tan clarividente como es El Bosco, y donde nos vemos navegando en esa nave de los locos.
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