Conócete a ti mismo o quiérete a ti mismo

04/04/17 +Jerez Daniel Huertas-Portocarrero Gómez-Morán
Platón se refiere en múltiples ocasiones a algo que repetía Sócrates, y que al parecer venía inscrito en lo alto del antiguo templo de Delfos, hacia el siglo VIII antes de Cristo: “Conócete a ti mismo”. En griego, transliterado, sonaría “Gnozi seautón”. Es el verbo “gnoos” el que se utiliza. El mismo que usamos en palabras como cognición, o conocer o conocimiento. No podemos saber a ciencia cierta cuál era el sentido real de ese verbo en Delfos. Pero sí podemos decir que el pensamiento griego se construye sobre la misma acepción de conocer que tenemos hoy en día. Un conocer con peso intelectual, con peso sesudo y pensativo. Un conocer concienzudo, que no es lo mismo que consciente. Un conocer que nos lleva al imperio griego, al imperio romano y al orden occidental imperante. Incluso hemos llegado a proclamar “Pienso, luego existo”, sin el menor pudor. Y ahora que lo pienso mejor, entiendo que cuanto más me pienso, menos me alcanzo. No, no es por ahí.

Estar loco es estar perdido en los laberintos del pensar, es haber tejido una ficción que nos acaba desnaturalizando. Y hubo otras voces que las de Platón y el sabio Aristóteles, pero no nos interesó escucharlas. Debemos reconocer que, durante generaciones, hemos sucumbido a la tentación de alcanzarnos por el conocimiento, pese a que el libro del Génesis, dice explícitamente: “…de todo árbol del huerto comerás; más del árbol de ciencia del bien y del mal no comerás de él; porque el día que de él comieres, morirás”. (Gen-2, 16-17). Se trata sin duda de un claro anuncio de que el camino de conocerse a sí mismo como quien pretende conocer el manejo de un ordenador, distinguiendo entre lo que tenemos de bueno y lo que tenemos de malo, conduce irremediablemente a la muerte espiritual. Y el tema está muy lejos de estar resuelto.

Es tanta la furia por el pensamiento que divide y juzga, que en nuestros planes de estudio, la filosofía, que otrora fuera el vértice de la enseñanza, se ha convertido en algo totalmente marginal y periférico. No estoy hablando de generalidades, ni de alarmas trasnochadas. Es tristemente cierto que vagamos en un espacio sin alma y que hemos perdido contacto con la tierra y con nosotros mismos. El Cristo, que no las religiones que se organizaron en su nombre, nos dejó algo mucho más profundo y bello que el “Conócete a ti mismo”. Nos dejó: “Quiere a los demás como a ti mismo”. Aquí ya no es cuestión de conocerse, sino de amarse. ¡Ay amigo! Amarse. Mirarse con compasión, como diría el Buda. Mirarse como miramos a quien amamos, sin pensar ni juzgar. Amar, simplemente. En todas las circunstancias. Y a uno mismo. De ahí no nace la filosofía griega, de ahí no nace ese videojuego mortal en el que se ha convertido nuestra cultura imperante. Amarse a sí mismo son palabras mayores. Eso nada tiene que ver con la moderna “autoestima”, que es una pantomima del amor a sí mismo, que es convertir el amor en una lista de cosas buenas y cosas malas, como la que elaboraríamos antes de comprarnos algo en Amazon.

Eso es comer del árbol que nos aniquila. No señores, amar es amar. Amarse a uno mismo es amar. Amar al otro como a sí mismo es estallar, es convertir en viral la dicha de amarse. Eso, para mí, es el mensaje del Cristo. Lo otro, lo de aguanta y sufre, creo que no tiene nada que ver. Pero claro, amarse en primer lugar requiere una muy seria conversión, una metamorfosis que no puede hacerse plenamente sin el otro. Ni puede pensarse o argumentarse.

Es difícil, por lo simple que es. Pero eso es lo que cabe descubrir y transmitir, de cualquier forma y por cualquier medio. Y es falso que necesitemos de relatos moralizantes simplones para llamar a la espiritualidad. Es más, creo que por ese camino condescendiente, en donde dulcificamos el claro cometido de amarse primero, para amar al otro, no conseguimos nada. El resultado de esa didáctica, es que dos mil años más tarde, casi nadie recuerda o practica el profundísimo mantra de “quiere a los demás como a ti mismo”, pero muchos recuerdan lo de poner la otra mejilla. 

"El Dr. Daniel Huertas-Portocarrero Gómez-Morán es Licenciado en Medicina y Cirugía (Sobresaliente - Universidad Autónoma de Barcelona - 1975), especialista en Psiquiatría (1979), especialista en Oncología Médica (1984), Doctor en Medicina y Cirugía - Farmacología Clínica - (Sobresaliente Cum Laude – Universidad Autónoma de Barcelona - 1982), Máster en Bioestadística (Université de Paris 6 - 1981) y diplomado en Medicina Tradicional China (Association Française d´Acupuncture, 1982-85). Se formó en Barcelona y en Paris. Ha ejercido en el Hospital de Sant Pau de Barcelona y en el Hospital Universitari de Bellvitge de Barcelona (Médico Interno y Residente). Ha sido Jefe Clínico del Institut Gustave Roussy (Villejuif- Paris – Francia) y Jefe de Servicio del Hospital de Sant Llatzer de Terrassa.   En la actualidad atiende pacientes de psiquiatría (adultos, niños y jóvenes) en su consulta privada en Jerez de la Frontera y por videoconferencia.   Su campo de interés se extiende, en los últimos doce años, a  las aportaciones de la filosofía sapiencial, y en especial de la filosofía profunda india, china y japonesa, a la práctica de la psiquiatría y de la psicología. Habla y atiende pacientes en castellano, inglés, francés, catalán e italiano." 
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