Repulsa de la mezquindad

05/01/17 +Jerez Juan Félix Bellido

Rescato del recuerdo y los papeles un viejo artículo sobre la mezquindad y veo que aunque pasan los años, no pasa este vicio deleznable de nuestra condición humana. Y es que no logramos desterrar los vicios que nos invaden como en estos días en muchos sitios la epidemia de gripe. Parecen escondidos pero en cuanto caen dos gotas vuelven a brotar como las setas. Lo reciclo como reflexión, ya que es tiempo de nuevas perspectivas por eso del nuevo año, que yo lo veo igual a pesar del reloj de la Puerta del Sol, aunque con nueva dosis de esperanza.

Miro para otro lado, que es lo que aconsejan en estos casos, pero al menor descuido los veo aparecer. Emboscados en miles de arabescos laterales, pasan disimuladamente ocupando su tiempo en mantener caliente la peana para resistir el envite de la competitividad, la que va en serio, no la del “amigoteo”, las influencias sectarias, las artes mafiosas y el disimulo. Recordaba tres hechos que no dejaban de ser pura anécdota, aunque fueran casuales, y se habían producido en aquellos días. Y me llama la atención que los tres tengan el mismo contenido. No es un dato estadístico sino casual pero me da qué pensar que hayan aparecido al mismo tiempo. No porque desconozca que existan estos elementos y que abunden en periodos como los que vivimos.

Pero dejemos los circunloquios y vayamos al grano. Los enumero someramente:

Primero, una amiga me pregunta –y su pregunta respondía a un hecho real que había sufrido- ¿por qué los mediocres acaparan trabajos y puestos para los que no están preparados ni académicamente ni profesionalmente, y los demás que nos hemos preparado, nos hemos esforzado, nos hemos preocupado de estar al día, estamos en el paro? Buena pregunta.  

La segunda es la advertencia de un conocido a otro, en mi presencia. “No levantes la liebre, que el tal es un mediocre, pero sabe medrar, y te hará más daño de lo que imaginas”.  “Además, los mediocres no se van, se emboscan, esperando que otro de su misma especie le abra la puerta para volver a entrar”. Sin comentarios. Lo anoto en mi memoria y no entro en la conversación, que, en principio,  no me incumbe.

Otro amigo me envía la fotocopia de un artículo titulado “Repudio de la mediocridad”, firmado por Jaime Martínez Montero, en un diario de por aquí. Ya el título me sorprende y me engancha. La fotocopia no me permite ver la fecha de su publicación, pero sí me deja leer completo el contenido. Es una radiografía de lo que nos encontramos más a menudo de lo que nos gustaría. “No se vayan a pensar que un mediocre carece de habilidades. En absoluto. Por ejemplo, posee en grado sumo la de saber estar en los lugares oportunos en los momentos precisos. Intuyen como nadie a quién se deben arrimar, a qué actos deben acudir, a qué persona deben agradar. Si el despliegue de estas cualidades está reñido con la asistencia al trabajo, con el compromiso para con su tarea o servicio, con los deberes institucionales, con la necesidad de estar profesionalmente al día, con las exigencias diarias de un aula, o una oficina o biblioteca, peor para el trabajo. Lo primero es lo primero. Todo lo que aquí exhiben con generosidad para la importante tarea del medro lo detraen del cumplimiento de sus obligaciones”.

Como tienen como profesión principal y específica la de medrar, “son imbatibles en las conjuras, en las trampas, en falsear las apariencias, en las habladurías. Los que se dedican al trabajo carecen del tiempo y de la experiencia con que han contado para estos menesteres los mediocres. Una vez que llegan al puesto apetecido, alcanzan una sobresaliente habilidad en el arte de la supervivencia. Se la trabajan mucho, no tienen excesiva vergüenza, se saben humillar. Se anclan en sus ventajosos puestos gracias a que ponen en marcha dos importantes acciones: la creación de una red de intereses que es imposible de mantener sin ellos y la formación de equipos de personas algo más cortitas que la que los ha nombrado”, afirma en el citado artículo Martínez Montero.

Parece ser que los que no están en activo, están acechando desde alguna esquina sombría. Están agazapados –como decía el conocido mío que citaba al principio-, pero siguen ahí. Emboscados en miles de arabescos laterales, pasan disimuladamente ocupando su tiempo en mantener caliente la peana para resistir el envite de la competitividad, la que va en serio, no la del “amigoteo”, las influencias sectarias, las artes mafiosas y el disimulo. Y si sale del sistema, siempre habrá otro mediocre que le abra la puerta para volver a entrar. Dos conclusiones plantea el articulista en cuestión, aprovechando dos citas, la de dos personajes de la historia:

- Juan de Mairena: “Siempre será peligroso encaramar en los puestos directivos a hombres de talento mediano, por mucha que sea su buena voluntad, porque a pesar de ella la moral de estos hombres es también mediana… Propio es de hombres de cabezas medianas el embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza”.

- Albert Einstein: “Los grandes espíritus siempre han encontrado la violenta oposición de las mentes mediocres. Estos últimos no pueden entender que un hombre no se someta irreflexivamente a los prejuicios hereditarios sino que emplee honestamente y con coraje su inteligencia”.

Aunque una de las ventajas de los años es que uno ya no se sorprende por nada, aunque habría motivos para hacerlo. No estoy seguro de si es una ventaja o un renuncio imperdonable. Pero es que están acabando con nuestra capacidad de sorprendernos. La cultura de la mezquindad y de la medianía campa por sus fueros.

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