'Era ciudad de Belenes' por Andrés Cañadas

Dirán ustedes que todos los años nos repetimos, pero eso es lo que hay, y no porque nos interese que sea así, sino -sobre todo- porque eso es lo que Jerez quiere, y si no, echen ustedes con nosotros un vistazo a lo que tenemos y a lo que teníamos. Porque lo que hay es bueno, muy bueno, pero lo que había, era también muy bueno, pero además, mucho. 

Hablamos de Nacimientos, de Belenes. De esa seña de identidad navideña que un día se hizo un hueco en el corazón de los jerezanos, hasta llegar a convertirse en un referente de primer nivel en medio de la Navidad de esta ciudad. Un elemento que provocaba la llegada de innumerables excursiones que arribaban a Jerez desde todos los rincones de Andalucía, y que provocaba igualmente, que nuestras fronteras se llenasen de piropos de todo tipo hacia lo que la gran escuela belenista de este rincón del sur, exportaba hasta casi todos los confines de la Europa amante del Belén. 

No había hermandad que no montase su Nacimiento y lo abriese al público, ni peña o asociación que no se vanagloriase de pertenecer también al selecto y gran grupo de entidades instaladoras de este arte efímero pero lleno de vida. Jerez vibraba al llegar diciembre, no sólo a golpe de zambomba, sino también a golpe de paseos de un Belén a otro, de visitas por toda la ciudad, e incluso con el negocio que todo ello provocaba, externa e internamente al mundillo belenístico.

Pero fue un tiempo que pasó.  Como tantos otros. La Navidad de Jerez fagocitó a la propia Navidad de Jerez, y ni el Beaterio, ni las Angustias, ni el Cañizo, ni el Perpetuo Socorro, ni la Amargura, ni 'Los Judíos', ni la Caja de Ahorros, ni González Byass, ni la Yedra, ni la Soledad, ni la mitad de los maestros belenistas, ni tantas otras entidades.. continuaron en el noble arte de dar vida al Niño entre corchos y porexpanes, y así llegamos a esta actualidad sosa y deslabazada, que a cada año que pasa nos hace vivir una Navidad en la que pueden más los recuerdos, que el triste son de unos días donde todo parece quedar amparado en un 'currí currí currí' (trianero por cierto), que servirá para muchas cosas, pero no para recuperar el esplendor de ciudad grande que antes teníamos cuando llegaba diciembre.