Las calles, con rabiosa actividad, se
están recuperando de la resaca navideña. La premonición festiva del fin de año
y de reyes se instala en nuestra conciencia inquietando el bolsillo ante lo que
se avecina. El olor a pestiños, polvorones, turrones y mazapanes sigue
perfumando el ambiente de las calles que conducen al tabanco y eso de que el
fin de año está a las puertas es una constatación más que rotunda. Y claro
está, con la permanencia festiva de las luces, de las guirnaldas, de los
árboles y belenes, en el ánimo de todos crece la conciencia de que el 2016 se
está finiquitando.
Un año –el
pasado- no demasiado fácil. Complicado más bien y, desde luego, manchado por
una serie de desgracias en una Europa asustada y asediada por el terrorismo que
salpicó de sangre y de muerte las calles de París, de Berlín y de otros
espacios europeos. La escapada del Reino Unido, los avatares políticos en
España, el no terminar de levantar de una puñetera vez la cabeza, la violencia
de género que como una lacra no cesa, en fin que no hay rincón que no se
estremezca con tanta sacudida. Todo pesa –y la lista podía alargarse muchísimo-
y pesa sobre la memoria de este 2016 claudicante como una agobiante losa. Y
parece dominar todo el panorama del recuerdo. Pero fue también año de
elecciones, de múltiples elecciones en toda España y en algunas Comunidades
Autónomas; año de bombardeos en Siria, donde la guerra no termina de concluir y
la lista de muertos sigue aumentando, de emigrantes que escapan del terror y el
hambre, de nuevas muertes en el Mediterráneo. Año de conflictos diplomáticos,
de rifirrafes políticos, y “¿de qué va a pasar ahora?”, que diría Felipe, el
tabanquero. Y en la patria chica de nuestra provincia, soportando la penuria y
como si con esto no tuviésemos bastante, tendremos que seguir pagando el peaje
de la autopista, soportaremos índices de paro superiores a la media, y
seguiremos esperando a que nuestros políticos, se dejen de una vez de peleillas
partidistas, que dejan al ciudadano a merced de las olas, y miren a la provincia –desde donde escribo-
con otros ojos. Y, de camino, a toda Andalucía.
Esta tarde, mientras caminaba hacia el
tabanco, en busca de esa espontánea tertulia en la que hago acopio del sentir
de los cuatro parroquianos a los que no le pagan por salir en la tele a decir
tonterías, ni por calentar un escaño, pensaba que dentro de muy poco, y como
colofón final al año viejo, en casa se volverán a comprar las uvas, se seguirá
el tradicional ritual de pelarlas, de quitarles las semillas y colocarlas en el
platito para no atragantarse cuando suenen las campanadas. Y eso, como decía,
para no atragantarse y pasar el trago de las doce campanadas con decencia, para
que el brindis con el que comenzaremos el 2016 esté lleno de alguna que otra
esperanza que desee lo mejor, y alivie la digestión de los recuerdos. En el
tabanco, sin embargo, están atragantados, en este final de año. Y no veo manera
de hacer tragar la uva con más gracia y con menos desasosiego. Porque a pesar
de que nuestros gobernantes parecen vivir en jauja y pintan un panorama
magnífico, el tabanco no gana para pagar impuestos, las hipotecas nos tienen
ahogados y estamos entrampados hasta las cejas, y Joaquín sigue sin encontrar
trabajo.
Pero ya digo, a mis contertulios les
preocupa más que el vaivén de la Bolsa –que también les afecta, aunque no
quieran enterarse- la subida en el precio de los carburantes, el que España, al
cierre de este año, ocupe uno de los primeros puestos de la UE en el consumo de
drogas –cocaina y hachís para ser exactos-, que la violencia que se genera en
las movidas juveniles vuelva a las primeras páginas, que haya aumentado el
número de accidentes de tráfico, porque la gente está perdiendo ola conciencia
y el civismo, y todas esas barbaridades que no son más que la punta del iceberg
de la violencia que estamos cultivando en el corazón de una parte de las nuevas
generaciones, que encabecemos las
estadísticas en accidentes laborales, que la violencia de género no cese sino
que crezca, y un largo etcétera que surge, una y otras vez, en esta charla
vespertina de tabanco.
A
mis contertulios les llenan de esperanza las promesas de los políticos, aunque sepan
que ya sería una satisfacción que cumplieran la mitad de la mitad. En fin, que
mejor no pensar y tener la fiesta en paz, aunque sea mirando para otra parte,
¡que ya hablaremos después de la uvas!
Yo,
por mi parte, espero el fin de año; volveré a tomar las uvas –peladas y limpias
de semillas- con una esperanza cada vez más menguada. Recuperaré motivos para
alimentarla y la compartiré con los andaluces que afrontan el reto del nuevo
año con ánimos de avanzar y hacer de nuestra tierra, una tierra luchadora y en
crecimiento. Soñar no cuesta nada, aunque con estos mimbres…Y volveré a
recordar, para afirmarla, aquella sabia expresión de Theilard de Chardín: “el
futuro es siempre mejor que cualquier pasado”. Lo es, o por lo menos espero que
lo sea, y en esta fe, seguimos avanzando. Los palos atravesados en la rueda de
nuestro carro, los iremos eliminando con esfuerzo y tesón. En ello creo que
estamos.