En vísperas del 2017, ¡a por uvas!

26/12/16 +Jerez Juan Félix Bellido
            Las calles, con rabiosa actividad, se están recuperando de la resaca navideña. La premonición festiva del fin de año y de reyes se instala en nuestra conciencia inquietando el bolsillo ante lo que se avecina. El olor a pestiños, polvorones, turrones y mazapanes sigue perfumando el ambiente de las calles que conducen al tabanco y eso de que el fin de año está a las puertas es una constatación más que rotunda. Y claro está, con la permanencia festiva de las luces, de las guirnaldas, de los árboles y belenes, en el ánimo de todos crece la conciencia de que el 2016 se está finiquitando.             Un año –el pasado- no demasiado fácil. Complicado más bien y, desde luego, manchado por una serie de desgracias en una Europa asustada y asediada por el terrorismo que salpicó de sangre y de muerte las calles de París, de Berlín y de otros espacios europeos. La escapada del Reino Unido, los avatares políticos en España, el no terminar de levantar de una puñetera vez la cabeza, la violencia de género que como una lacra no cesa, en fin que no hay rincón que no se estremezca con tanta sacudida. Todo pesa –y la lista podía alargarse muchísimo- y pesa sobre la memoria de este 2016 claudicante como una agobiante losa. Y parece dominar todo el panorama del recuerdo. Pero fue también año de elecciones, de múltiples elecciones en toda España y en algunas Comunidades Autónomas; año de bombardeos en Siria, donde la guerra no termina de concluir y la lista de muertos sigue aumentando, de emigrantes que escapan del terror y el hambre, de nuevas muertes en el Mediterráneo. Año de conflictos diplomáticos, de rifirrafes políticos, y “¿de qué va a pasar ahora?”, que diría Felipe, el tabanquero. Y en la patria chica de nuestra provincia, soportando la penuria y como si con esto no tuviésemos bastante, tendremos que seguir pagando el peaje de la autopista, soportaremos índices de paro superiores a la media, y seguiremos esperando a que nuestros políticos, se dejen de una vez de peleillas partidistas, que dejan al ciudadano a merced de las olas,  y miren a la provincia –desde donde escribo- con otros ojos. Y, de camino, a toda Andalucía.             Esta tarde, mientras caminaba hacia el tabanco, en busca de esa espontánea tertulia en la que hago acopio del sentir de los cuatro parroquianos a los que no le pagan por salir en la tele a decir tonterías, ni por calentar un escaño, pensaba que dentro de muy poco, y como colofón final al año viejo, en casa se volverán a comprar las uvas, se seguirá el tradicional ritual de pelarlas, de quitarles las semillas y colocarlas en el platito para no atragantarse cuando suenen las campanadas. Y eso, como decía, para no atragantarse y pasar el trago de las doce campanadas con decencia, para que el brindis con el que comenzaremos el 2016 esté lleno de alguna que otra esperanza que desee lo mejor, y alivie la digestión de los recuerdos. En el tabanco, sin embargo, están atragantados, en este final de año. Y no veo manera de hacer tragar la uva con más gracia y con menos desasosiego. Porque a pesar de que nuestros gobernantes parecen vivir en jauja y pintan un panorama magnífico, el tabanco no gana para pagar impuestos, las hipotecas nos tienen ahogados y estamos entrampados hasta las cejas, y Joaquín sigue sin encontrar trabajo.           Pero ya digo, a mis contertulios les preocupa más que el vaivén de la Bolsa –que también les afecta, aunque no quieran enterarse- la subida en el precio de los carburantes, el que España, al cierre de este año, ocupe uno de los primeros puestos de la UE en el consumo de drogas –cocaina y hachís para ser exactos-, que la violencia que se genera en las movidas juveniles vuelva a las primeras páginas, que haya aumentado el número de accidentes de tráfico, porque la gente está perdiendo ola conciencia y el civismo, y todas esas barbaridades que no son más que la punta del iceberg de la violencia que estamos cultivando en el corazón de una parte de las nuevas generaciones,  que encabecemos las estadísticas en accidentes laborales, que la violencia de género no cese sino que crezca, y un largo etcétera que surge, una y otras vez, en esta charla vespertina de tabanco.   A mis contertulios les llenan de esperanza las promesas de los políticos, aunque sepan que ya sería una satisfacción que cumplieran la mitad de la mitad. En fin, que mejor no pensar y tener la fiesta en paz, aunque sea mirando para otra parte, ¡que ya hablaremos después de la uvas!   Yo, por mi parte, espero el fin de año; volveré a tomar las uvas –peladas y limpias de semillas- con una esperanza cada vez más menguada. Recuperaré motivos para alimentarla y la compartiré con los andaluces que afrontan el reto del nuevo año con ánimos de avanzar y hacer de nuestra tierra, una tierra luchadora y en crecimiento. Soñar no cuesta nada, aunque con estos mimbres…Y volveré a recordar, para afirmarla, aquella sabia expresión de Theilard de Chardín: “el futuro es siempre mejor que cualquier pasado”. Lo es, o por lo menos espero que lo sea, y en esta fe, seguimos avanzando. Los palos atravesados en la rueda de nuestro carro, los iremos eliminando con esfuerzo y tesón. En ello creo que estamos.  
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