"Una triste Hora Santa en Santiago" por Andrés Cañadas

09/12/16 Cofrademanía A. Cañadas

No salió como esperaban los cofrades de la 'Sacramental'. Es más. Salió justo al revés de lo que la ilusión que tenían, hacía suponer. Llegaba la festividad de la Inmaculada Concepción a un ocho de diciembre absolutamente especial, una fecha que marca el inicio de un aniversario también especial, como es el de los cuatrocientos años de la Defensa del Dogma Inmaculista que esta corporación juró en febrero de 1617, fecha que deberá servir, con la ayuda de Dios, para que la cofradía inicie un camino de nuevos futuros.

Por eso, y porque no podía ser casualidad que la última Hora Santa de 2016 coincidiera con la Fiesta de María Virgen, llegaban ilusionados a Santiago quienes asumen desde su pertenencia a este grupo de amantes del Señor, su defensa del culto a Cristo Sacramentado. Rito de siempre y silencios de siempre... pero al final, no. No ocurrió sin embargo así. Las puertas abiertas del templo eran reclamo más que atractivo para todo aquel que pasaba y entraba, y una vez dentro volvía a pasar, pero en esta ocasión... del Santísimo expuesto en el altar.

El Belén, el Prendimiento, la Buena Muerte... cualquier reclamo era más llamativo que el de Dios hecho Pan vivo sobre el ara de mármol blanco, y así, ocurrieron los cruce por delante del presbiterio sin mirar siquiera hacia la custodia, los cuchicheos, los timbrazos de los móviles, y los paseos continuos por el interior de la iglesia.

Una pena. Una pena muy grande, por lo que eso dice de lo que la Sagrada Hostia significa incluso para quien entra en el templo buscando otras cosas, que siempre son y serán menos importantes. Pudo más la curiosidad, de quienes entraron a hacer turismo en Santiago, sin respetar el culto Eucarístico que se celebraba, un culto abierto a todos, y que no distingue, puesto que es el mismo Dios vivo el que se muestra ante el pueblo fiel… o al menos eso es lo que creemos quienes creemos en la Verdad de la Eucaristía.

Nadie dijo nunca que fuera fácil ser hermano de una confraternidad sacramental en pleno siglo XXI. Nadie dijo que fuera fácil ser adorador de Cristo en plena era de la 'cristofobia'. Y es ésta una dura realidad que no queda más remedio que asumir, y sobre la que podrían extraerse mil razones distintas para la culpabilidad de la situación, todas ellas cargadas de contenido. Porque al final, sólo quedan preguntas en el aire, a las que no se encuentran respuestas. ¿Para qué se santigua quien entra en un templo sin pasar por el Sagrario? ¿Por qué reza a los Cristos de madera quien no participa nunca de las misas? ¿A quién se ve cuando se mira la Sagrada Hostia, sin comprenderse las verdaderas razones de su existencia?

Cristo nació y murió hace dos mil años en Judea, y tres días después de ser depositado en su tumba de piedra, volvió a la vida de entre los muertos. ¿Es lógico creer en eso, o es acaso ciencia ficción? Duro. ¿Verdad? Pues precisamente para eso existe la Eucaristía. Para reafirmarnos en un Dios vivo en el que se quiere creer, a pesar de todo lo que el mundo nos dice en su contra a cada instante, y por eso fue tan triste esta última Hora Santa en Santiago.

Porque aunque el Señor volvió a salir de su tabernáculo para hablarnos en silencio, fueron más -muchos más- los que otra vez hicieron oídos sordos a su Palabra, dedicándose a cosas -seguramente- mucho más importantes.

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