Respeto y Patrimonio

06/11/16 +Jerez Antonio Aguayo
He vuelto, como casi siempre que voy a Córdoba, a visitar la Mezquita, uno de los monumentos más maravillosos, desde mi punto de vista que existe. Sin embargo, esta vez mis sensaciones han sido totalmente contrapuestas. Si por un lado la belleza de las formas islámicas me han parecido mas perfectas que nunca, por el otro la usurpación que del espacio ha hecho, y sigue haciendo la Iglesia Católica, me ha llenado de indignación.
Partimos del hecho de que en las entradas y en la cartelería de entrada se ha perdido la palabra Mezquita, figurando ahora tan sólo “Catedral” borrando de este modo el carácter y la finalidad que el monumento tuvo en sus orígenes, y que siempre se ha mantenido hasta ahora.
Es cierto que siempre los conquistadores han tratado de eliminar los monumentos de los vencidos, para de esa forma borrar el rastro de una civilización. Tan sólo Hernán Cortés tuvo la inteligencia de saber respetar los monumentos aztecas, como prueba y vestigio de una civilización que aunque vencida, quería mantener intacta. No así sucede en la Mezquita. Obviemos el hecho del despropósito que supuso la construcción de una catedral renacentista en el centro del edificio de la Mezquita. Posteriormente, poco a poco, el espacio arquitectónico incomparable, se ha ido poblando de retablos, cruces, imágenes, altares, etc., en un propósito consciente de ir eliminando un ambiente, un espacio, totalmente diferente al que ahora se respira en el edificio.
Tan sólo las primeras etapas de Abderramán II o Alhakén II, en parte, se puede apreciar el carácter intimista, callado y de recogimiento que es la arquitectura de este mezquita. La infinitud de sus arquerías se ha perdido. Se aprovecha para instalar en sus naves exposiciones temporales de Cristos, o santos que nada dicen, nada aportan a la visión de este monumento.
Paseando por sus naves, intentando una visión, un recogimiento que me pudiera acercar al primitivo espíritu de la mezquita, me surge la duda: ¿Es lícita esta actuación? Cuando hablo de lícita no me estoy refiriendo a si es legal lo que se está haciendo, que supongo que si. Me estoy refiriendo a si desde el punto de vista del concepto de Patrimonio, la Iglesia Católica tiene derecho a bastardear de una manera tan palpable y notoria, y yo casi diría que ofensiva, el carácter sagrado de la otra religión, para la que fue concebida. Y no estoy diciendo, entiéndaseme bien, que no pretendo devolver la mezquita a la religión islámica. Nada más lejos de mi intención. Lo que estoy diciendo es que si no sería más ecuánime, más honrado, más ético incluso, el desacralizar el edificio, y que quedara como un museo, como un espacio de integración, de tolerancia.
En el interior de la Mezquita rememoré la visita de Santa Sofía de Cosntantinopla, actual Estambul, concebida como templo cristiano, después mezquita musulmana, y ahora es tan sólo un edificio maravilloso, al cual se le ha eliminado toda connotación religiosa, en el cual permanecen los restos de las dos religiones que lo utilizaron, conviviendo perfectamente, siendo ejemplo de tolerancia. Ojalá el gobierno turco, cada vez más islamizado sepa mantener el carácter laico del monumento.
La Mezquita de Córdoba, que nunca se debería de haber permitido que se inscribiera como propiedad de la Iglesia, y si no véanse los resultados, debería ser un edificio que siendo Patrimonio de la Humanidad, no debería estar sujeto a ningún credo ni ninguna religión. Por el contrario debería ser el símbolo de la tolerancia y de la amistad entre los diferentes pueblos y religiones.
El espacio que he podido visitar este fin de semana, es el ejemplo de la colonización cultural, del intento de eliminar los rastros del pasado. Cada vez la mezquita es menos visible, sus rasgos se van desdibujando, se van perdiendo entre el oro de los retablos barrocos, los altares que se van multiplicando y los santos de las múltiples cofradías que procesionan en Semana Santa.
Ojalá los actuales propietarios, que no dueños, que dueña es toda la Humanidad, fueran conscientes del valor del edificio y supieran valorarlo, y sobre todo, respetarlo.
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