Vaya situación la nuestra. Hemos acumulado tantos polvos que ahora todo
se nos convierte en lodo. Y a nuestros políticos sólo se les ocurre hacer con
estos lodos un ladrillo y tirárselo a la cabeza a los jerezanos. Y para “mejorar”
una mala práctica política continuada de hace ya muchísimos años lo único que
se les ocurre a estos lumbreras es proponer subir impuestos, aumentar tasas. Y
todo eso en medio de un río revuelto laboralmente, políticamente y socialmente.
La barca zozobra y hace aguas por todas partes. Solución: que los jerezanos
paguen más. ¿No hay mejores ideas para sacar a
esta ciudad de la crisis que sufre? Es cierto que alguien comenzó a hinchar
este globo, alguien lo siguió hinchando y hasta ahora nadie ha sido capaz de desinflarlo.
De acuerdo, pero ¿hay alguien que tenga una idea sensata de qué hacer ahora? ¿De
reactivar algo rentable que no nos siga ahogándonos y que nos haga crecer? Algo
que deje de poner zancadillas a emprendedores y a gente que quiera sacar la
cabeza del agua.
“Esto es un auténtico mamarracho”, dice un parroquiano
del tabanco. Lo dice airado. Su expresión es de hastío y esconde un gesto que
más bien me parece de derrota, cuando no de impotencia. Y cuando vuelvo a casa,
después de la tensa conversación que la parroquia desató esta tarde en el
tabanco, no paro de dar vueltas a la expresión. El diccionario de la RAE me
devuelve el sentido de la palabra. Tiene dos accesiones para nuestros ilustres
académicos. La primera define la palabra en estos términos: “Figura defectuosa
y ridícula, o adorno mal hecho o mal pintado. Llámase también así a otras cosas
imperfectas, ridículas y extravagantes”. La segunda define al mamarracho como
“hombre informal, no merecedor de respeto”. Por el contexto de la conversación,
hace apenas un momento presenciada y que no tenía el valor científico de una
encuesta por la escasez de la muestra, pero que, sin lugar a dudas expresaba el
sentimiento que embargaba a mi amigo y a los contertulios presentes que alguna
que otra tarde se refugian en el tabanco para poder expresar lo que piensan sin
cortapisas y a pesar de que la audiencia que le presta atención es exigua, es
decir, uno, que soy yo, pues bien por el contexto y por su desarrollo entiendo
que empleaban el término en sus dos accesiones. Unas veces cargaban las tintas
sobre la primera y, con frecuencia, usaban la segunda.
Esto es un
mamarracho y deduzco que lo es porque éstos son unos mamarrachos. Por ahí
transitaba el intercambio verbal que desahogaba el desánimo ante un panorama
que ya no convencía a estos amigos y del que estaban harto. Y es que, no
salimos de Guatemala cuando ya entramos en Guatepeor. ¿A ver quién da más? Y
así rompemos los límites de la paciencia, del aguante y de la hartura de todo
lo que pasea impúdicamente por los foros políticos locales. Y es que la gente
está hasta la punta del pelo y piden seriedad y sentido común hallando por
respuesta una frivolidad que espanta al más pintado. Y el vaso de la paciencia
se va colmando y el clamor eleva la discusión a tonos que no me gustan pero que
son irremediables. “Éstos son unos mamarrachos”, repiten; “esto es una mamarrachada”,
aseveran. Y entre pitos y flautas se nos acaba la tarde con una sensación
de desasosiego que a mí me espanta, me preocupa y me deja un amargo sabor de
boca que ni el fresco amontillado, que a sorbos cortos me llevo hasta mis
labios, logra desterrar. Así está el panorama, aunque me pese a mí, aunque a
muchos les pese. Y es que el espectáculo que algunos están dando no pueden
producir zanahorias donde se siembran de continuo patatas y más patatas. Y la
esperanza de que venga alguien a sembrar cordura, honestidad y buen hacer en
este batiburrillo de impertinencias es la única salida que me queda.
Y hay que
tener muchos reaños y una dosis de esperanza como la que muchos albergamos para
admitir que alguna gente sin ideas nos vaya a sacar de estos charcos que nos
llenan de barro los zapatos. Rectificar es de sabios, lo mejor ya nos lo
merecemos, y si mientras, los mamarrachos se adecentan, mejor que mejor. Falta
hace.