Jerez como estilo de vida

El duende se esconde en cada rincón de Jerez. Por cada metro cuadrado hay miles de historias; las calles del centro cobijan narraciones de personajes desconocidos que respiran y viven por cada centímetro que se encuentran dentro de la frontera. Y, aunque parezca curioso e imposible, en un momento donde muchos de los jerezanos se marchan en busca de oportunidad, también hay quien llega para aprender, luchar e intentar sobrevivir en Jerez con sus armas.

“El arte llama al arte”, dicen unos mientras otros se preguntan: "¿Pero qué tiene Jerez?". Hace algo más de un lustro Emilie Pathenay aterrizó en la cuna del flamenco llegada desde la tierra de la libertad. Esta francesa, afincada desde entonces de forma intermitente en Jerez, quería ser bailaora y aprender en el lugar que vio nacer a los mejores artistas del gremio. “Vine para aprender a bailar flamenco”, afirma en un perfecto andaluz marcado además por su acento parisino.

"Vine para aprender a bailar y conocer este arte, tampoco estaba muy claro mi objetivo. De hecho, pensaba quedarme 6 meses al principio y llevo 7 años...", expone la francesa antes de dar la razón de convertir un viaje pasajero en algo tan duradero: "Me enamoré de esta cultura y de la manera en la que se vive el arte aquí".

Reconoce que los escenarios le dan respeto, aunque se haya subido en ellos. El arte en Jerez se ofrece de múltiples formas, no solo a través del flamenco. El de Emilie, también: sus manos saben acariciar las teclas de cualquier piano, aunque son la guitarra y su voz las que le han llevado al escenario de algunos tabancos y bares de Jerez.

El amor por la ciudad ha desembocado en necesidad, en un estilo de vida:  "Al final no es tanto un objetivo profesional el que he encontrado, sino una forma de vivir.  Y un reto más personal, el de entender mejor el flamenco con el fin de desarrollar mi propia expresividad. Al final se ha convertido en una necesidad escuchar el cante, pero creo que es muy difícil interpretarlo".

Al principio su objetivo no estaba del todo claro, pero ahora tampoco después de lo narrado: "Por eso no sé si quiero que sea mi oficio. Al final no me importa trabajar de otra cosa, si es lo que me permite vivir aquí y seguir aprendiendo".

Por supuesto, el hecho de que el flamenco le enamore no da lugar a sorpresas. Todos los ojos se ponen en ella cuando, en un momento en el que los jóvenes emigran a Francia en busca de un futuro mejor, dice que no se movería de aquí. No quiere volver a Francia. Es su hogar, allí está su casa y su familia, pero se considera “una ciudadana del mundo”.  

Y perteneciendo al planeta, no se podía decantar por ningún lugar. ¿San Miguel o Santiago? “Vivo en San Miguel”, contesta entre risas en una conversación amable para salir de una pregunta que sabía que iba lanzada con segundas intenciones: “Los dos son grandes barrios, con mucho arte y donde aprender del flamenco”.