Los veranos del campo

16/08/16 +Jerez Isabel Flores
El coche salió de la carretera para entrar en el camino. Cuántas veces, al llegar a ese kilometro, hemos hecho la misma maniobra. Pero siempre me produce la misma agradable sensación; la vuelta a casa. A la de mi adolescencia y juventud. La de tantas vivivencias en familia, la de al fín, la casa de mis padres, y saber que ellos están ahí. Con su bondad y enorme cariño que reparten genorosamente.

Así que subimos el camino como cada verano sintiendo la emoción de la llegada. Tocando el claxon, jaleando ­-¡un verano más!- y otras palabras de alborozo. Cuando vas cumpliendo años, te das cuenta de la importancia de volver. De que todo sigue en su sitio.
Bajamos las ventanillas para recibir el aire del campo que nos recibe con calor, y ya me regocijo imaginando a mis padres en sus cosas.

Nos ilusiona especialmente el momento de la llegada. Mi padre abriendo la portera, cubriendose la cabeza con su sombrero porque habrá estado al sol haciendo mil tareas. Mi madre tocando las palmas sonriente como una niña entre regalos.
Un verano más nos abrazamos alegres bajo el enorme pino que sombrea el camino de la casa. Luego vendrán días de calma y alboroto. De sosiego o comidas de 15 a la mesa entre conversaciones, risas y platos que van cubriendo el mantel. Momentos en el porche todos juntos sin tiempo, y viendo como pasa éste en las caras de los más pequeños que crecen y ves tu edad pasar en ellos.

Baños o siestas sobre el cesped oyendo el sonido del viento entre las copas de los árboles. Nunca quiero que acaben esos momentos largos y silenciosos cuando todos duermen abajo y observo el paisaje de diferentes verdes y tostados que se abre ante de mi y mis lecturas. Voy y vuelvo del siglo XVIII a la actualidad en un abrir y cerrar de ojos.
Especiales son también los desayunos después de las largas caminatas por senderos entre viñas.

Llegábamos acaloradas y nos esperaba un baño en la piscina de aguas frias y limpias, luego el desayuno en la mesa de cristal que ilustra este relato. Sobremesas y cafés, con la mirada perdida en la arboleda. La misma que acoge las noches frescas en el porche, con historias y recuerdos que contar bajo cielos poblados de estrellas esperando las Perseidas.

Mi madre también es ávida lectora, acabó muy interesada en la biografía de un tenista. Y eso que no le gusta el tenis, pero lo leyó con el interés que suscita un libro bien escrito y una vida de superación.

Tocó volver después de 14 días.

Las despedidas siempre tienen un sabor amargo. Qué diferente es decir adiós a una llegada.

 El coche baja el camino y se va alejando de la casa. Ellos al pie de la cancela se van haciendo cada vez más pequeños.
El coche coge la curva, miramos hacía atrás y aún alcanzamos ver un punto rojo, la camiseta de mi padre, entran los dos. El campo, la casa, se ha quedado en silencio.

Nosotros ya los echamos de menos, pero volveremos.
Son los veranos del campo a donde regresamos, con mi marido y mis hijos, desde hace 26 años sin faltar ninguno porque nos llena de amor y sosiego. Porque nos gusta compartir la vida con la familia y con suerte, no tenemos pensamiento de abandonar los veranos en el campo en mucho tiempo.
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