<p>¡Por siempre&#8230; Raphael!</p>

14/10/13 +Jerez Juan Ignacio López
Los recuerdos me conducen a mi infancia, en la segunda mitad de los años 60, en el hogar familiar. En casa nunca faltó la música. Mi padre se encargó de adquirir un entrañable tocadiscos, un pick-up, marca Kolster modelo Ortegón. En el primitivo artefacto (alimentado por válvulas o ‘lámparas’, que previamente tenían que calentarse) sonaban discos de pasodobles, Paul Mauriat, el Dúo Dinámico, Terremoto de Jerez, o un indivíduo cuya voz me causaba verdadero pavor… (era poner el EP del tal Raphael cantando ‘La noche’ o ‘Yo soy aquel’ y esconderme bajo la mesa de comedor, no lo podía evitar...). A aquella anecdótica primera toma de contacto de mis años de gateo le suceden numerosas apariciones del cantante en la tele. En aquellas actuaciones, el sujeto, generalmente vestido de negro, gesticulaba de una manera tan llamativa que no podía dejar de mirarlo. Supongo que, gracias a la inusual puesta en escena, fui perdiendo miedo a la voz del sujeto de Linares. Cada vez que sonaba Raphael en la radio, o salía en algún programa de la tele, mi padre, el inolvidable Blas, frente a los comentarios y hasta risas de los demás por los aspavientos del cantante, se erigía en abogado defensor y pedía silencio para poder escucharlo. Y así, de esta sencilla manera, aprendimos en casa a respetar y valorar al artista jienense. Años más tarde, Raphael vino a actuar a Jerez, a la desaparecida ‘Verbena de la Prensa’, en los Jardines del Bosque, junto al González Hontoria. Mi tía, ferviente e inagotable fan del ídolo de su adolescencia, acudió a la gala y consiguió darle la mano. Después exclamó exaltada “le he tocado, le he tocado, no me lavo la mano en un mes…”. Nunca imaginé que llegara a admirar tanto a un artista, a seguirlo en su inagotable carrera, y que llegara a formar parte de mi colección de cantantes favoritos. Uno de los factores determinantes para analizar el éxito de este ‘fenómeno’ irrepetible, además de por su portentosa voz, es la interpretación. Guste o no, ver y oír a Raphael es una experiencia única, nunca pasa desapercibido. Imitado hasta la saciedad, criticado y parodiado en infinidad de ocasiones, este icono de la música española y universal evidencia a todas luces la constatación de un mito en vida. Contar la historia del fenómeno Raphael, y de la creciente e imparable legión de ‘raphaelistas’ a lo largo de sus más de 50 años de trayectoria, no son labores que me corresponden. Eso ya lo han hecho y harán historiadores sobradamente documentados. Pero sí he tenido la suerte de asistir a dos conciertos de Raphael: uno de ellos, en la discoteca Joy Sherry, en 1991. Tras más de tres horas y media de un recital sin altibajos nos atendió a los medios de comunicación en rueda de prensa. Estaba pletórico, y lo sabía. El timbre y caudal de su voz, más poderoso y templado que nunca. Era verano y ese, el primero de los conciertos de su nueva gira, coincidiendo con el cumpleaños de su hijo Jacobo, a quien, contaba, había regalado un Jeep. Tener la oportunidad de estrechar la mano de semejante personaje, hablar con él ‘en carne viva’ es algo que siempre recordaré con orgullo. Alguien inmortalizó el encuentro con una fotografía que, me aseguran, han visto en un restaurante italiano de Valdelagrana (yo nunca la ví). Casi veinte años después, en el Teatro Villamarta, pude comprobar que Raphael estaba más vigente que nunca. En cuanto a su música, sus canciones, yo, particularmente, al igual que cada ‘raphaelista’, tengo mi colección de favoritas: las típicas y las no tan repetidas. Desde ‘Yo soy aquel’, ‘La Noche’, ‘El gondolero’ o ‘Estuve enamorado’ hasta ‘Mi gran noche’, Al ponerse el sol’, ‘La balada de la trompeta’ o ‘Qué sabe nadie’. Pero hay un apartado, el de las canciones que traspasan los límites de los sentidos en su audición. Esas son las que dejan huella y, en mi caso, es imperdonable no subrayar ‘temazos’ como ‘Amor mío’, ‘Ámame’, ‘No puedo arrancarte de mi’ o ‘Qué sabe nadie’ o la versión de ‘La fuerza del corazón’, junto al propio compositor, Alejandro Sanz. Y una grabación más que recomendada: el album ‘Eternamente tuyo’, compuesto íntegramente para él por José Luis Perales (Hispavox, 1983) e, inexplicablemente no disponible en las tiendas de discos en la actualidad. El álbum al completo, definitivamente, aparca el más mínimo atisbo de monotonía o indiferencia. Capítulo aparte merece el binomio que une al artista con nuestro paisano Manuel Alejandro. Un vínculo mágico que, desde los años sesenta, ha reportado una letanía de grandes canciones e interpretaciones, incluyendo las que lanzaron a Raphael al estrellato. El compositor jerezano supuso la ‘piedra de toque’ de un fenómeno sin parangón. Decir cuáles son las mejores canciones de Raphael es asumir un riesgo del todo incalculable, así que cada cual que escoja, que “tiene pa aburrirse”. El boom de Raphael es comparable a un volcán en constante erupción. Y es que Raphael ha convivido en listas de éxitos con otros grandes durante más de cinco décadas, que se dice pronto. Y si el Reino Unido ha tenido a sus Tom Jones, Engelbert Humperdinck, Cliff Richard o a los mismísimos The Beatles, si los Estados Unidos presumen de Elvis, Michael Jackson o Frank Sinatra, o los suecos ‘fardan’ siendo compatriotas de ABBA, o los italianos de Modugno o Ramazzotti, y nombres como los de Aznavour o Brel se alzan el firmamento de las grandes voces melódicas o hasta punzantes, aquí está uno de los nuestros. Es infatigable, tiene una fortuna honestamente ganada, a fuerza de dejarse la piel y la garganta en los escenarios: esa fortuna es, sencillamente, la admiración de casi el cien por cien del auditorio. No ha parado desde hace más de medio siglo, y todo apunta a que tardará en dejar los escenarios. Que así sea. Juan Ignacio López. (Madrid-Jerez)
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