Sólo destellos de Israel Galván en la 'arena' de la Maestranza

08/09/18 Flamencomanía David Montes

Sólo destellos de Israel Galván en la 'arena' de la Maestranza. El bailaor sevillano levantaba el telón de la XX Bienal de Flamenco de Sevilla en uno de los templos más sagrados de la tauromaquia mundial para resucitar, catorce años después, una obra que tiene por contenido seis pasajes que llevan por título los nombres de seis toros que se hicieron famosos por herir de muerte a sus contrincantes, y que le hicieron salir por la puerta grande del principal espacio escénico de la ciudad en 2004.

Pero nuestro gozo en un pozo. Tras la polémica suscitada en su último espectáculo – La Fiesta- muchos acudimos al coso del Paseo Colón con el ánimo de salir de allí toreando de salón como en aquellas grandes tardes de Curro, Morante o Pepe Luis Vázquez, y no comentando la devolución a los corrales de, al menos, tres de los toros jondos de la noche, y tratando de salvarlo todo por los destellos del protagonista en unas cantiñas en el tercero, unas bulerías en el cuarto y la algarabía del sexto.

Muchos han sido los esfuerzos de la propia Bienal para que la tarde-noche presentara sus mejores galas, pero al final poco más de media entrada dejaron demasiado cemento al descubierto y los 3.000 metros curados de plaza, si, 3.000 metros cuadrados – una óvalo de 63 metros de largo por 58 de ancho- se hicieron demasiado grandes.

Por un lado porque, a pesar de todos los intentos, el sonido se duplicaba al rebotar con el cemento y, sobre todo, en el final del primer toro y el segundo de la noche con Proyecto Lorca dando de sí todo lo que daban sus baquetas provocó que más de uno hasta se bajara del tendido porque, salvo el quite por rondeñas de David y Alfredo Lagos, poco más había en la plaza que mereciera la pena.

A dios gracias en el tercero todo cambió. Tal cual hiciera Morante, ante los pitos de aquella Feria de la Abril en la que se fue a puerta gayola sin pensarlo dos veces, Israel Galván quiso destapar el tarro de las esencias por cantiñas, dejando momentos para que no baile nadie más en la Bienal y esta sólo acaba de empezar.

Con un David y Alfredo Lagos colocándole el cante y el toque en suerte como los subalternos que hacen aún más grandes a sus toreros, Israel Galván dejó en esos momentos pasajes sólo comparables a cuando uno cierra los ojos y ve a Morante hacer volar su capote como pocos o a Curro sacando la magia de su mano derecha y es capaz de embarcarse al toro en la cintura en la Torre del Oro y soltarlo en el Muelle de la Sal. Imperial. Igual que suenan los oles en esta plaza, donde el silencio es la ley. Y donde la ovación te da la gloria, como la que se llevaron todos los que participaron en esta faena.

Y con el cuerpo aún caliente por lo vivido, el cuarto trajo consigo a un Jesús Méndez que, vestido de grana, se trajo a la Maestranza el Jerez más plazuelero escoltado por Los Mellis a compás de doce tiempos, al punto de que hasta el propio Israel se arrancó a cantar la letras de 'Alfileres de Colores' de Pedro Rivera, que inmortalizara Diego Carrasco, y juntos terminaron recorriendo a compás el perímetro del ruedo para dejar otro de los momentos interesantes de la noche por los tendidos semidesnudos de sol.

No obstante, tuvo suerte el espectáculo de que no hubiera presidente anoche en la Plaza. Sobre todo en el quinto, que lo mejor que tuvo fue la intro que hizo Kiki Morente, que ejerció de mantenedor desde el tendido durante todo el espectáculo, rememorando a su padre y haciendo bueno eso de que de tal palo, tal astilla. Por lo demás, una pena que no hubiera presidente y sacara el pañuelo verde. Ese que manda al toro a los corrales.

Soporífero y, si me apuran, hasta falto de dignidad con su propio discurso, el Niño de Elche demostró que la suya vale tanto como e el caché que cobró esa noche por recitar y fagocitar fonemas, tal y como alguno sentenció al salir del ruedo maestrante. Ni siquiera el piano jazzístico de Sylvie Courvoisier pudo ponerle mínimamente arreglo a algo no merece más comentario que lo anterior. Si nos desea la muerte, como suele hacer por las redes sociales habitualmente con sus haters, nosotros vamos a seguir durmiendo igual de tranquilos.

Por último, y sapiente de que las orejas estaban en el esportón, dos en el tercero y una al menos en el cuarto, y con la puerta grande ya con el cerrojo quitado por los premios obtenidos, el sexto de la tarde, o más bien la noche, nos trajo la algarabía en las gradas. El contrapunto de todo cuando había sucedido antes en el quinto fue acogido con gratitud y, al compás de la charanga, los compases de las sevillanas y el pasodoble 'Paquito El Chocolatero' fueron hasta jaleados desde los tendidos, dejando ese buen sabor de boca que al final todo el mundo recuerda cuando se va y hace que se le olvide lo anterior.

Si bien es cierto que en esta ocasión Israel Galván no deslumbró como en el 2004 en el Teatro de la Maestranza y sólo tuvo algunos destellos de genialidad, no es menos cierto que estos fueron de esos que recordaremos por siempre y que, al igual que en ocurre en las corridas de toros, donde media verónica es capaz de salvar una tarde a un torero, anoche, y en forma de cantiñas, el bailaor sevillano salvó dos horas de espectáculo en los que quedó refrendado eso ''nunca segundas partes fueron buenas''.

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