La hasta ayer presunta corrupta y hoy, vía fallecimiento, elevada a los
altares del buen gobierno, la ex alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, es el
mejor ejemplo de cómo se puede cambiar, en unas horas de estar absolutamente
demonizado a convertirse en un mártir, cuyo ejemplo ha de seguirse, como el de
los bienaventurados, para alcanzar el tan deseado Paraíso.
La senadora, ahora por el Grupo mixto, al haber sido expulsada de su
partido, hasta hace escasas horas se le negaba, no sólo el pan y la sal, sino
hasta el saludo, al estar presuntamente implicada en diversas tramas de
corrupción. El hecho de que todos los concejales de su partido, el Popular,
hubieran sido imputados en tramas de corrupción y de haber sido acusados de
financiación ilegal, hizo que se produjera la expulsión de su partido, como un
cortafuegos que impidiera que esta presunta financiación ilegal afectara a
otros miembros del partido, más cercanos a las esferas del poder en la sede
central. Todo aquel que quería ser alguien dentro de su partido se apresuró a
desmarcarse de la ex alcaldesa, aduciendo que ya no formaba parte del partido,
y que ella era la única responsable de sus actos. Actitud encomiable para todos
aquellos que querían dejar clara su posición y su actitud, políticamente
correcta.
A los pocos minutos de fallecer, vía infarto en un hotel de Madrid, todos
aquellos que habían hecho manifestaciones desvinculándose de ella hacía escasas
horas, salían a la palestra, cual paladines medievales enarbolando la bandera
de su inocencia, haciendo responsable de su caída política, y aún de su muerte,
a la prensa, a la oposición, pero no al partido que la expulsó. Esto me lleva a
hacerme una pregunta, (siempre me estoy haciendo preguntas, parece que es lo
único que se hacer) ¿cuándo decían la verdad, al desvincularse de ella y
negarle el saludo, como se pudo ver en la sesión de apertura de la legislatura,
o al hacer el panegírico de la fallecida?
¿Sinceramente? No lo se. Parece más plausible que muchos de estos
políticos, acostumbrados durante décadas a una manera de hacer y entender la
política, se sintieran solidarios con aquella que había sido luz y guía de un
partido, y que había sido puesta como ejemplo de manera reiterada y contumaz.
Tan sólo se desvincularon por imperativo de necesidad, y por no verse
salpicados por algo que todos y todas conocían, pero que, sin embargo apoyaban.
Su desvinculación fue forzada y falsa. Ahora, una vez fallecida se encuentran
con que pueden reivindicar una figura, aún no juzgada, y por lo tanto,
presuntamente corrupta, a la vez que se intenta convertir en mártir al hacerla
objeto de un linchamiento mediático, de los otros, siempre de los otros, y
tranquilizar de paso sus conciencias.
No cabe duda que la muerte de esta mujer ha favorecido y tranquilizado a
muchos, pendientes de lo que pudiera declarar ante el juez. Ahora, archivado su
expediente, se puede reivindicar libremente su figura, aunque hubiese sido
defenestrada hace bien poco.
Siento la muerte de esta señora, como se siente la de cualquier ser
humano que desaparezca, pero siento especialmente la de ella porque me hubiera
gustado ver como comparecía ante un juez, como era juzgada, y como se le
aplicaba la ley, como al resto, o casi, de los ciudadanos. Ahora,
desgraciadamente, siempre será recordada como presunta.