De Cai, Cai

El tren del cante tiene una parada obligada en la estación terminal de Puerta Tierra. Desde ella, hace ya algún tiempo de la que no parten tantos viajeros como nos gustaría, pero los que se atreven a coger la maleta para mostrarle al mundo la idiosincrasia de un barrio flamenco como es el de La Viña, de dónde han salido los cantaores con mas ‘ánge’ que ha dado la historia del flamenco, ejercen de dignos embajadores de unos cantes donde la fusión con otras culturas, gracias a su milenario puerto, los convierten en un auténtico placer para los sentidos.

Reivindicando esa zona cantaora, esa denominación de origen Gades-Gadir-Cádiz, llegó el cantaor David Palomar a la Sala Paúl para presentarnos su último trabajo discográfico donde quiere hacerle un homenaje a todos esos ‘sinvergüenzas’, como él mismo nos dijo, que han llevado el nombre de su tierra por el mundo.

Y dicho y hecho. En el más amplio sentido de la palabra. Homenajeando a la figura de los ilustres embajadores de la gracia y el compás, y escoltado por tres guitarras que valen tres imperios, durante la hora y media de espectáculo se pudo disfrutar de un cantaor que es digno sucesor de figuras como Chano Lobato, Mariana Cornejo o Aurelio Sellés.

Inteligentemente estructurado, hay que darle un diez a la labor de producción, David Palomar conectó desde el primer segundo con el público. Fue cercano y dicharachero, fue solemne y divertido, fue de ‘adelante’ y de atrás, fue comandante y grumete y, lo más importante, fue un artista que supo darles el sitio a todos de cuantos tenía alrededor, porque sabía de buena mano que se iban a dejar el alma en el escenario con él y junto a él.

Desmenuzando cuanto ocurrió, las bulerías de Cádiz fueron las encargadas de abrir la tarde, homenajeando, de forma previa y en off a Mariana Cornejo. Glosó a su Cádiz de su alma junto a la guitarra de José Quevedo ‘Bola’ y, en medio metro cuadrado se cantó y se bailó por bulerías, subiéndonos las pulsaciones al punto optimo para empezar a disfrutar con él. Marchándose al polo opuesto, a la otra parte del imán del cante, por siguiriyas nos se encarnó de ceniza y fuego, con los Curro Durse en el horizonte, para volver de nuevo a sacarnos la sonrisa contándonos las cosas de Cádiz y de sus gentes, y así llegaron las andanzas y aventuras de los gaditanos por el mundo. Lo que no le pase a Chano, no le pasa a nadie.

Dedicándole esta segunda parte a él, para la que escogió la guitarra de Rafael Rodríguez, nos trajo a escena el garrotín, y de la mano de Jesús Guerrero se marcó un bolero por bulerías y una rumba donde nos recordó la figura de una persona tan buen cantaor como buena gente. Por sevillanas, acompañado por la bailaora María Moreno, tributó la figura de Manolo Caracol, Lola Flores, Carmen Amaya y Camarón cerrando de forma sencilla y elegante, tanto el baile como el cante y el toque, con un recuerdo a Paco de Lucía.

Capote en mano, y eso que Cádiz hace ya mucho que no tiene Plaza, se acordó de Cádiz por alegrías y cantiñas, formando un taco haciendo resonar los clarines de un paseíllo donde el albero empezaba en la Cuestas de las Calesas y acaba en el Parque Genovés. Una breve minera de letra marinera, dejó constancia de su versatilidad cantaora, por fandangos se mostró solidario y reivindicativo y por soleá, dedicada a Ramón Harana, nos maridó el toque “de armenia” con la dulzura de la caída que Cádiz le impregna a la reina de los cantes, que se encargó de rematar de forma soberbia María Moreno con su baile.

Pero todo en esta vida se acaba, y en la Sala Paúl los tanguillos picarones y las bulerias fueron los encargados de clausurar una cita magnífica donde se reivindicó que el cante en Cádiz no solo está vivo sino que tiene en la figura de David Palomar un digno mantenedor de todos los elementos característicos para que esta zona cantaora recupere el esplendor que siempre ha tenido, unas veces con más relevancia y otras con menos repercusión pero con la misma calidad.