Un oasis sin agua

La Bienal va llegando a su fin y, los diferentes ciclos que tienen lugar en ella, van diciéndonos adiós, como es el caso del que acoge el dormitorio alto del Espacio Santa Clara que, con el Nano de Jerez y José de Pura, cerró sus puertas a la espera de una próxima edición. En este enclave, donde el flamenco se ha ofrecido sin conservantes ni colorantes, ha acogido una importante presencia de artistas jerezanos en la que, el continuador de la saga cantaora que iniciara el Tío Juane, fue el encargado de echar el cierre.

Y no es que lo pasáramos bien precisamente sino más bien al contrario. De hecho, ver como el cantaor iba a utilizar megafonía y las guitarra y el compás iban a ir al aire ya nos hizo pensar que la cosa no marchaba bien. De donde hay, ya no se puede sacar, y la voz del Nano de Jerez es un oasis que hace ya tiempo que dejó de tener agua y frescura.  La edad no perdona y, la fiabilidad con la que antes derrochaba arte y ganas de agradar, ha pasado a ser una emulación de Morante, Curro o Paula cuando no ven un toro. Aún así, no hay que dejar de reconocerle el valor, o la necesidad, de ponerse delante del respetable, pero ello no es óbice para ser realistas y ser consecuentes. Cuando un artista pone los pies en la Bienal, lo hace con todas sus consecuencias.

De inicio y por tangos “para calentar los motores”, como él mismo dijo, le duró la voz lo justo para poder salir airoso, y en la soleá por bulerías tuvo al lado a un escudero con la guitarra que le hizo un sinfín de quites, a modo de falsetas, con las que más o menos se fue aliviando. Pero cuando se quedó solo ante el peligro, por fandangos tiró de lo poco que ya le quedaba y en la soleá se nos terminó de ir para siempre.

Los poco más de cuarenta minutos, empezó a y diez y acabó a menos diez, encontraron finiquito en el compás de la bulería, donde se cantó y bailó como siempre y en él es característico, arrancando alguna ovación de un respetable que estuvo cariñoso con el cantaor plazuelero afincado en Sevilla.