Crónicas Toscanas 2014 (I)

16/07/14 Cofrademanía Enrique Víctor de Mora

El Cielo

Sabía de sobra que su pintura no podría jamás competir con la belleza y majestuosidad de aquella Basílica florentina de la santa Croce, que era el asombro de la ciudad en el Quattrocento. Él era un humilde pero correcto pintor, al que se le había encargado decorar con algún motivo pictórico una cúpula de la Capilla de los Pazzi, anexa a la Basílica. Día tras día, mes tras mes, vio ir y venir al viejo maestro Filippo Brunelleschi, director de la obra. Para él, poder trabajar a escasos metros de aquel portento era el mejor precio que podía recibir, el mejor regalo, el mayor honor. Pensaba que andando los años, cuando la edad le impidiese tomar los pinceles, y descansase esperando el Juicio del Señor en cualquier villa ganada y comprada con el sudor de su trabajo, podría contar a sus asombrados nietos que, un día, él conoció y vio al gran Filippo. Pensamientos que iban y venían mientras abocetaba una y otra vez su idea definitiva para aquellas paredes. Pensaba en estrellas y constelaciones, en un azul intenso y bellísimo como fondo de aquel universo detenido en sus ojos, y plasmado por sus manos de artista.

Aquélla noche de julio en la que el calor había encendido en la mañana las lomas florentinas, haciendo sonar de noche el canto de los grillos, salió de su estudio al resguardo del Duomo, y se dirigió hacia el Ponte Vecchio, por su itinerario favorito. La ciudad, bulliciosa y ajetreada en las horas de sol, era un estallido de silencio en la noche, sólo roto de cuando en vez por los pasos de la ronda de la guardia de los Médicis, y el murmurar de algún bebedor despistado que volvía a su casa con riesgo grave de caer al río, por su vacilante deambular. El pintor apuró los pasos que quedaban, bajó hasta la ladera del Arno, y buscó a duras penas en la oscuridad un lugar lo suficientemente plano como para desplegar sus rudimentos de pintura. Encendió una tea que clavó en la tierra, acomodó el caballete, asió el carboncillo, y miró despacio al cielo inmenso de aquella Italia medieval de Condottieros y artistas. El espectáculo de aquella noche, no dejaba lugar a dudas. El cielo, limpio como una patena de la Catedral, exhibía el maravilloso espectáculo de sus estrellas y constelaciones. Allá la Osa Mayor, aquí la Menor, y a lo lejos, guardián eterno de la Gloria del Creador, el mas hermoso y rutilante lucero: Venus.

De algo le habían servido sus estudios de astronomía, a los que consagraba las horas que el oficio le dejaba libres. Entre aquellos legajos y papiros, se había empapado de la ciencia de los astros celestes con tanta maestría, que era capaz de descubrir y nominar cada una de las estrellas del cielo. El cielo... el cielo... repitió... ese sería el nombre de su pintura ¿Para qué otro?

En el calendario, era el 4 de julio de 1442. El pintor, con su mano maestra, trazó meticulosamente la posición de los astros durante un buen rato. Cuando hubo terminado, recogió sus materiales, blandió la antorcha, y regresó a su estudio por las silenciosas calles. Mientras caminaba, ardía en deseos de componer ya la pintura definitiva en el Claustro de aquella portentosa Iglesia. Incluso se habría dirigido a la Iglesia si hubiese podido, pero sabía que sólo podía esperar la luz de la mañana para trabajar.

Poco tardó el pintor en tener acabado el trabajo. Aquel cielo de una calurosa noche de verano del siglo XV, aquel cielo de principios de Julio de 1442, aquella fotografía pintada que iba a congelar para las generaciones venideras, la posición exacta de los astros celestes en el cielo florentino.

Viajero y amigo: si alguna vez vas o vuelves a Florencia, y entras en la Santa Croce, no te olvides de ver Il Cielo en la Capilla Pazzi. Cuando lo mires, en ese otro Cielo donde los artistas buenos viven la inmortalidad de su genio, habrá un pintor que sonría, mientras, mirando sus dedos, volverá a reparar en que, a pesar de vivir en la Gloria, un resto del azul que tú contemplas, quedó para siempre pegado a su piel. ¡Que Dios bendiga siempre a quien va o vuelve a Florencia, porque de él será el reino de la belleza, mientras sus ojos miran un cielo que una noche fue de verdad!

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