Dedicándoselo a Juan Moneo El Torta y a Pepe Ríos, pasadas las diez y media de la noche, comenzaba a saldar Antonio Agujetas la cita que tenía pendiente con los aficionados en la Peña Flamenca Los Cernícalos. Acompañado por la guitarra de Domingo Rubichi, quienes allí nos dimos cita, disfrutamos de una magnífica noche de cante y toque desde el primer segundo, al darse las circunstancias necesarias para que los artistas encontraran el arropo necesario al convertirse el patio de butacas en una extensión del escenario. Más que un recital de cante, fue una gran reunión de amigos aficionados al flamenco, con muchas ganas de escuchar a uno de los exponentes en los que radica la visceralidad del cante en su más pura esencia.
No fue un recital extenso porque tampoco fue necesario. Disfrutar del cante y el toque en los pequeños sorbos que nos ofrecían los artistas, es uno de los grandes placeres que saborean quienes no son amantes de la previsilibilidad y las tesis doctorales flamencas. Emoción, cante que duele, cante que da calambre junto con un toque sin estorbar, sabiendo dar tiempo y descanso justo y preciso al cante con falsetas clásicas, fue lo ofertado sobre el escenario de la Peña Flamenca Los Cernícalos y los aficionados agotaron las existencias sin dudarlo.
Por malagueñas, buscó la flor de Manuel Torre y se nos puso negro el corazón con el Mellizo, la soleá, dedicada a su hermana, fueron un recorrido por la comarca cantaora con denominación de origen Jerez, acordándose de aquí y de allí, y culminó la primera parte con una tanda de fandangos donde el referente agujetas-chocolatero fue santo y seña. Tras los tientos, que pueden ver en el video de esta noticia, se aperturaba la segunda parte del recital y la continuación con la bulería por soleá puso taquicárdico a más de uno, al igual que con la extensa siguiriya, donde esta dinastía cantaora podría estar cantando durante días sin repetir una letra. El cierre, obligado por bulerías, con el arropo de todos los suyos marcando el soniquete, mantuvo la tónica de cante de otro tiempo, del siglo pasado, ese cante que muchos dicen que está en proceso de extinción definitiva.
Eso mismo dijeron hace mucho tiempo los agoreros, hasta crearon un concurso y, un siglo después, seguimos con la suerte de poder encontrar noches que te hacen pensar que hay aspectos del flamenco que no están hechos para las grandes masas. Hacerlo como lo pudimos hacer ayer en la Peña Flamenca Los Cernícalos, degustado en pequeñas dosis, deja patente que las peñas flamencas son las mezquitas y capillas donde nunca puede ni debe dejar de mantenerse una cultura tan arraigada a esta tierra que no sabríamos vivir sin ella, porque es el sitio donde el cante, el toque y el baile duelen y da calambre, como ocurrió anoche.
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