De la Bahía al Palacio

Solo verlos hacer el paseíllo, ya hizo que el público les brindara una ovación de categoría a Juan Villar y Felipe Scapachini quienes, junto con la guitarra de Pedro ‘Niño Jero’, serían los protagonistas del ciclo ‘Los Conciertos de Palacio’ con el que se inauguraba una nueva jornada del Festival de Jerez.

De Cádiz Cádiz, como se conoce a los residentes de la capital provincial, cuando viven de Puerta Tierra para dentro, llegaban el levante y el poniente del cante gaditano. Provenientes de una tierra que está inmersa en plena celebración de sus carnavales, los dos artistas profesaron un profundo respeto por las tablas que pisaban, y a las que se iban a enfrentar sin la armadura que ofrece la megafonía.

A pecho descubierto, solo con la escolta de Niño Jero, el primero en abrir fuego fue Juan Villar por soleá. Cuatro letras, para qué más, pausadas, sin prisa y tomándose el tiempo necesario, le bastaron para abrir boca al de La Jineta, que se paseó por Alcalá y Jerez antes de cerrarlas por su tierra. Scapachini, que estuvo enorme, tomo el relevo por tientos. Con un sabor a mar tremendo, se dejó caer caracoleando los cierres y, cambiando en ‘la botica’ el compás a tangos se acordó de un grande como Manolo Vargas.

El mano a mano en que se convertía la cita, tuvo continuidad en unos personales fandangos de Juan Villar, a los que les respondió Scapachini con unas alegrías de corte clásico, de las que ya se escuchan poco, sin chillarlas y a compás aunque la guitarra no sonara marcando los tiempos como Dios manda, lucho contra los elementos del patio de butaca y contra los del escenario. Una vez apagados los teléfonos móviles, los tangos arrumbados marca de la casa, sacaron lo mejor de Juan Villar. Letras clásicas, de las que las cante quien las cante siempre te traen a la memoria al de Cádiz, nos llevaron a recordar que quien tuvo, retuvo si bien el momento de la tarde llegó con la Malagueña como protagonista. Las formas del Mellizo se hicieron presentes en la voz de Scapachini, que dejó dos letras para enmarcarlas llevándose la ovación de la tarde.

Las manillas del reloj se acercaban a las ocho de la tarde y el Festival es estricto. Hay que decir adiós y este llegó por bulerías, con las que cada uno se despidió de los presentes que debíamos encaminarnos para el Teatro Villamarta.