Por algo son tan grandes..

Amanece en San Mateo, entre un canto de grillos solitarios y ruidosos, y pisadas estridentes de quien acaba de salir del Bereber tras tomarse varias copas. Los coches arrancan y se van. Suena risotadas de quien va sentado dentro de ellos, y se dan abrazos furtivos en los asientos traseros. La negrura del cielo no es total, sino parda, por efecto de la niebla que sobrevuela la campiña.. y los bares repiten tintineo de cucharillas sobre los platos, señal inequívoca, de que llega la hora del primer café de la mañana.

Hay quien esperaba más gente en la puerta del viejo templo. Es una primera impresión, que atenúa la alegría de la jornada. No pasa nada. Sólo es un susto. La gente de la cofradía, la de verdad, la de los cordones rojinegros sobre el pecho, está ya sentada delante del paso de palio, esperando la hora de la misa. No se cabe dentro de la iglesia. Detalle grande, de cofradía grande. Después de tantas dudas sobre el horario, hay cuatrocientas comuniones a las siete y media de la mañana. Con eso está dicho todo.

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Se abre la puerta del templo. Empieza a salir la hermandad antes de su hora. Son aún las ocho menos cuarto, y hay quien llega enfadado, con razón, por este incumplimiento. La Virgen tenía que salir de noche -dicen- y de ahí la prisa. Bueno, da igual. Tampoco hay mucha gente junto al bar de Rafael. Esto no es Sevilla. Allí sí se volcó la gente con la Virgen de la Victoria a las seis de la mañana, según cuentan las crónicas. Aquí no. Aquí la gente prefiere no madrugar. ¿Para qué?

Así llegó la Virgen ‘tricentenaria’ del Desconsuelo a la Merced. Preces, saludo, y para fuera. Todo muy rápido. Todo en su medida. Bien. Entonces, aparecieron las representaciones, y apareció también la banda de la Oliva, de Salteras. No se le escuchó el tambor. Sólo una marcha tras otra. ¡Qué barbaridad! ¡Qué pedazo de banda!

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Y entonces llegó Jerez. Con las manos en los bolsillos. Oliendo a colonia y desayuno. Tranquilo. Sosegado. Despacito y sin bulla. ¿Jerez? No, Jerez no. Sólo una parte. Sólo unos cuantos. Sólo un puñado que hizo más patente la ausencia de tanta y tanta gente. ¿Gente? No. Mejor.. cofrades. Cofrades de pura cepa, de toda la vida, de ‘los de siempre’, de los que nunca están cuando debieran estar. ¿Qué pasó? ¿Por qué no vinieron? ¿Es que acaso no era grandioso lo que proponía la Hermandad del Desconsuelo? ¿Lo que nos regalaba tan sólo con su presencia la dolorosa hermosa del palio ‘juanmanuelino’?

Santo Domingo. Rocío y Consolación. Huerto y Rosario. Y luego, Medalla de Oro para la Señora, tras un acto corto de ocho minutos de duración. Y la vuelta, y petalada en Rivero, y Tornería, y Carmen, y Carpintería Baja, y Barranco y Belén, y San Lucas.. con el Señor de las Tres Caídas  esperando en la puerta, junto a la vara dorada de Paco..

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..y luego Cabezas, con María Auxiliadora también en la puerta del colegio, sobre su paso, y luego la recogida, tras paso por la capilla del Cristo de la Caridad. Entonces volvió el aire cofradiero de los Martes Santos. Entonces sí. Entonces regresaron las capirotes rojos a la delantera del paso. Quizás muy tarde. Para entonces, sólo la cofradía había sido capaz de demostrar su grandeza, mientras Jerez había vuelto a perder otra oportunidad histórica. Como el pasado 20 de abril. Como pasa habitualmente en esta ciudad..

Todo pasó. Brindis y abrazos. Alegría y felicidad. Almuerzo y despedida, y otra vez la tarde cayendo sobre San Mateo, y luego la noche, ya sin gente saliendo de los bares, ni coches arrancando entre risotadas. Sólo canto de grillos ruidosos y solitarios, y eso sí, una sensación en el aire, sólo explicada.. en la elegancia de trescientos años de pasión y devoción.. junto a una Virgen de perfiles de oro..

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