Rafael del Águila, la cátedra de una fuente escondida (y 2)

19/07/13 Flamencomanía José María Castaño - Los Caminos del Cante

En el anterior artículo no tuvimos más remedio que detenernos en la fundamental figura y piedra angular de la guitarra Javier Molina Cundí con quien arranca la escuela jerezana del toque y que nuestro protagonista, Rafael del Águila, se encargará de apuntalarla al transmitir sus conocimientos a toda una generación dorada de intérpretes jerezanos.

Antes de proseguir con este relato aconsejamos gracias al compañero Luis Clemente la atenta lectura de la biografía del maestro Javier con el título de ‘Jerezano y tocaor. Memorias autógrafas de su vida artística’ (Ayuntamiento de Jerez, 1964), escrita en 1938 por el propio Javier Molina comentando la gira histórica y recuperada en 1963 por Augusto Butler. No tiene desperdicio.

Bien. Estamos justo en el inicio del siglo XX (1900) cuando viene al mundo Rafael del Águila y Aranda en la ciudad de Jerez de la Frontera. Poco se sabe de sus primeros años pero nosotros vamos a comenzar con un dato de su familia que posiblemente sea inédito. Me lo regala mi buen amigo y compañero de Facultad de Derecho, José Manuel Fernández de Trebujena, quien es aficionado a la guitarra.

A “Huete” como también es conocido en el pueblo le llamó la atención que en su familia había un apellido Del Águila y que su abuelo le decía que “tenían un primo en Jerez que era maestro de guitarra”.  La pista no dejaba lugar a la duda pero había que cotejarla.

Puesto a certificar este posible parentesco mi compañero descubre en los padrones civiles y eclesiásticos de Trebujena que su abuelo se llamaba Antonio del Águila Aguilar y efectivamente era primo hermano de Rafael del Águila nuestro personaje. Y un dato interesante: este Antonio del Águila tocaba el piano en la Iglesia y aparecía como sochantre. De algún o sea modo relacionado con la música.

Y dado que Antonio del Águila fue inscrito en Trebujena no por sus padres sino por su abuelo, José del Águila Torres, sabemos que eran oriundos de Arcos de la Frontera y al parecer de toda una dinastía de sochantres, pues éste también lo era.

Para aquellos que les suene algo raro el vocablo les aclaramos que “chantre” viene del francés “chanteur” (cantor) y viene a definir en lengua castellana (chantre) al director del coro en los oficios divinos sobre todo en las Catedrales. Estaban considerados una dignidad eclesiástica por aquello que “rezar cantando es rezar dos veces”.

Su segundo o auxiliar por así decirlo era el (so = por debajo de) (chantre) y se encargaban del coro de música llana,  la del pueblo. En muchos lugares eran encargados también en la instrucción del canto a niños y capellanes.

No obstante por nuestras tierras este término casi se reducía a nombrar a los encargados de ofrecer los responsos durante los entierros y los traslados de los féretros a modos de plañideros con entonación lúgubre.  Reduciéndose en mucho el alcance de su significado.

Aunque el sochantre era el encargado de la música en la Iglesia el término se vinculó a los que iban cantando responsos en los entierros. En la familia de Rafael del Águila había varios.

Por tanto, Rafael del Águila venía de una saga de sochantres, es decir de personas que sabían música. Un dato que tal vez pudiéramos conectar con el hecho que nuestro protagonista había estudiado música y solfeo, circunstancia que le permitía leer partituras al igual que su antecesor Javier Molina.

Un inciso, es curioso lo vinculada que está la profesión de barbero con la guitarra flamenca. Se pueden citar muchísimos ejemplos a lo largo de la historia. Rafael es uno de ellos porque comenzó su vida laboral como aprendiz de barbero en el rastro, aunque afortunadamente para el género jondo cambió la brocha por el sonido de las seis cuerdas.

Como bien recoge el amigo Antonio Mariscal Trujillo en su libro “Jerezano para la Historia, siglos XIX y XX; 2006, libros El Laberinto) Rafael comenzó a tomar clases con El Brujo de la Guitarra en una academia que tenía en la calle Prieta. Tras una amplia formación el joven del Águila fue llamado para acompañar a artistas locales que entonces se ganaban la vida en bodegas y reuniones. No debemos olvidar a este respecto que en Jerez no abundaban guitarristas en aquella época (allá por la década de 1920 ? 1930).  Mariscal afirma en su libro que llegó a acompañar a Juan Jambre y a Manolo Caracol, entre otros, pero no tenemos datos algunos que lo confirmen.

Por razones personales que también desconocemos, una vez llegado a la etapa adulta, Rafael abandona el mundanal ruido y se recluye en su casa a modo de claustro monacal, siendo su guitarra el único vínculo con el mundo exterior y las clases su único medio de ganarse la vida. A decir por su alumno Alfredo Benítez y su sobrino Bernardino del Águila no quería saber nada del mundo exterior y presentaba los rasgos de una particular bohemia que entre otros aspectos presentaba el dormir de día y vivir de noche. Le gustaban la astronomía y los gatos que poseía por doquier así como un ligero síndrome de Diógenes por cuanto le gustaba acumular objetos.

“Cuando íbamos a dar clases teníamos que hacernos sitio entre una infinidad de libros, partituras y todo tipo de cosas que iba acumulando. Teníamos que ir a dar las clases al atardecer porque por la mañana dormía y no se le podía despertar o te ganaban las bronca”, según me dice Alfredo.

Rafael del Águila comienza a recibir las visitas de muchos alumnos en su casa de la Barriada de Torresoto, en un pasaje también conocido como Reventón de Quintos por estar situada en una cuesta muy pronunciada; se entiende que no había muchos enseñantes de las seis cuerdas en aquella época y él era un versado profesor que venía nada menos que de las fuentes de Javier Molina. Al igual que éste combinaba los secretos de la guitarra con piezas clásicas como Sueños de la Alhambra de Albéniz o Tárrega que ponía a sus alumnos más aventajados.

Antonio Mariscal dibuja con precisión la estampa diaria ? nocturna mejor dicho- : “Allí a la luz de una triste bombilla transmitió su arte a los más destacados guitarristas de la época”.

La verdad es que la nómina de alumnos es impresionante. Anoten bien porque si con Javier Molina habíamos citado a Manuel Morao, Isidro Múñoz y José Luis Balao, entre otros, con Rafael del Águila señalamos con letras de oro alumnos como José Luis Balao, Paco Cepero, Juan y Manuel Fernández Molina “Parrilla de Jerez”, Pedro “Periquín” y Antonio Carrasco, Diego Carrasco “El Tate”, Juan Santos, Pepe Ríos (al que Agujetas decía “Borrull”), Fernando Moreno, Jose María Molero, Manolo Lozano “El Carbonero” (otro docente imprescindible en Jerez), Pepe Moreno, Alberto San Miguel o Gerardo Núñez por citar algunos de los más conocidos.

Aquella escuela jerezana del toque se ensanchó de un modo cualitativo y cuantitativo.

Y prácticamente así transcurrió su vida: durmiendo de día y enseñando la guitarra de noche hasta fallecer en su mundo covacha en 1976.

Pero antes de enterrar el bueno de Rafael, podemos saber algo más acerca de su figura a través de una persona que lo conoció bien y en 1967 le concedió el Premio Nacional de Enseñanza y Maestría de la Cátedra de Flamencología de Jerez. Nos referimos a Juan de la Plata quien lo describe en su serial de artículos periodísticos del Diario de Jerez “Jerez, tiempos pasados Historias, curiosidades, recuerdos y anécdotas”.

Fue publicado en el rotativo jerezano un 17 de septiembre de 2012 con el sugerente título de “Rafael del Águila, un genio entre libros, goteras y cuerdas de guitarra” y nos describe al personaje como

“Un hombre culto, educado y buen conversador, con el que se podía hablar de cualquier tema”

Y se colige que muchos eran los profesionales de la guitarra muy afamados por cierto que iban a visitarlo para aprender algo de él:

“Visitándole de madrugada, para que le conocieran otros maestros del toque, como el cordobés Juanito Serrano y el granadino Manolo Cano”

Su vida debió transcurrir en unas extrañas condiciones y nos podemos hacer una idea  porque la descripción de Juan de la Plata no puede ser más concluyente:

“Rafael vivía al final de la calle Larga del llamado Reventón de Quintos, o barriada de Torresoto, en una casa tan modesta que estaba a punto de ser declarada en ruinas, ya que hasta la tenía apuntalada en varios puntos y más de un ladrillo se le había desprendido del techo; lo que le producía en invierno las inevitables goteras. Como vivía solo, la vivienda no estaba nunca muy aseada que dijéramos y, cada vez que recibía una visita, el hombre tenía que andar quitando el polvo a las pocas sillas que tenía¸ estando atestados sus pocos muebles de toda clase de libros; especialmente folletones que solía vender y alquilar a las vecinas del barrio. La comida se la hacían en el cercano bar de La Guapa, y se la llevaban o él iba a recogerla”.

Juan concluye su magnífico artículo diciendo que fue imposible convencer a Rafael del Águila para recogiera su premio de la Cátedra de Villamarta poniendo mil problemas porque en el fondo

“Tenía agorafobia o miedo a los espacios abiertos. Pero el premio se le llevó a su casa. Su arte se lo merecía. Y su persona, también”.

Otra fuente de conocimiento (creo que la única que tenemos directa) se la debemos al admirado amigo José María Velázquez Gaztelu quien conocedor de la importancia que otros no daban a Rafael le graba una entrevista corta pero interesantísima en su casa para la serie de RTVE “Rito y Geografía del Cante”. Impagable.

Hemos recuperado este vídeo de youtube en el que podemos conocer además algo más del profesor gracias al usuario Niño de Bela

También destacamos algunos comentarios sobre su figura de algún alumno destacado como Gerardo Núñez hoy un referente internacional de la guitarra flamenca:

“Empecé a tocar muy pronto, con apenas 11 años, y desde siempre he sido lo que se dice un “adelantaíllo”. Tras seis o siete meses practicando, ya apuntaba buenas maneras y participé en algunos recitales que organizaba la Cátedra de Flamencología de Jerez de La Frontera (Cádiz). Mi maestro fue Rafael del Águila, un auténtico bohemio que se levantaba todos los días a las siete de la tarde y, a veces, daba clases a las tres de la mañana. De hecho, en más de una ocasión, cuando por la tarde llegaba a su casa (una chabola sin lozas), me echaba unas broncas tremendas por despertarle”.

Como les dije este extraño profesor pero una excelente persona como todos lo recuerdan fallecería en 1976.  Pero un año antes, una entidad jerezana muy vinculada al mundo de la guitarra flamenca, La Peña Flamenca “Los Cernícalos” le rindió un merecidísimo homenaje, seguro que al frente estaría otro alumno suyo: Pedro Carabante Medina, conocido dibujante y al que le debemos la práctica totalidad de fotografías que se conocen del maestro cuyas enseñanzas siguen vivas.

Con motivo de la apertura de una peña flamenca a su nombre en Jerez hemos querido recordar la figura de este bohemio jerezano fundamental como eslabón en la tradición guitarrística de su tierra. De algún modo se ha hecho justicia con su maestría.

Rafael del Águila y Aranda, la cátedra de una fuente escondida.
José María Castaño

Video: Canal YouTuBe Niño de Bela

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