Crónicas Toscanas 2013 (I)

'In memoriam: Paco Bazán'

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Es un Domingo de Cuaresma de hace muchos anos. Luce el sol en la tarde que presiente jornadas intensas de cofradías. Hay un ir y venir de personas por los habituales recorridos de la piedad popular, esa en la que Dios y María dan a besar al pueblo sus pies y sus manos, por mor de la cuidada y ancestral labor de las mayordomías. En La Catedral está de besapiés el Cristo de la Viga. Ese año, el sobrecogedor crucificado se halla en la nave central del templo, a los pies de la mesa de altar. Me aproximo a besar sus divinas plantas, y un muchacho fino, espigado y amable, me sonríe. Sé que lo conozco de algo, pero en ese momento no caigo. Él, sin embargo, parece conocerme mejor que yo a él. Nos saludamos a los pies de la cruz, e iniciamos un dialogo sereno, "sottovoce". Me habla de lo impresionante de la talla, de la necesidad de que se pudiera proceder a su restauración, de la importancia de las intervenciones prudentes pero a la vez valientes en las imágenes. Él entiende, y mucho, de todo eso, y yo sigo sus explicaciones, apenas afirmando y corroborando lo que dice. Me confiesa que le encantaría restaurar al Cristo de la Viga. En sus palabras no hay jactancia ni acento de reto alguno. Habla con la seguridad de quien conoce perfectamente su trabajo. Con cuidado y esmero, como el médico que señala los puntos dañados de un organismo enfermo, me indica dos o tres lugares del cuerpo del Señor sobre los que habría que operar. Yo sigo con atención aquella breve y magistral exposición, cautivado por sus conocimientos. No recuerdo cuánto duro aquel encuentro. Diez, quince minutos tal vez.

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Con el tiempo, aquel joven un poco mayor que yo, se convertiría en un afamado y prestigioso restaurador. Con el tiempo, intervendría en delicadas restauraciones, sanando y devolviendo a la vida y esplendor artístico, tallas, retablos, pasos de misterio.. Con el tiempo tomaría posesión como Académico en la de San Dionisio, una noche inolvidable donde pudimos disfrutar, no solo de su verbo magistral y de su sabiduría, sino además, de la caballerosidad con la que luego agasajó a sus amistades y conocidos. Ese hombre, ese gran profesional, ese mejor católico, ese extraordinario cofrade, ha partido ya a la morada del Padre Eterno. Y en esta Italia de monumentos y belleza artística sin par, en esta Italia de Condottieros y escultores, en esta república marinera y toscana de Pisa, donde cada día tengo el privilegio de ver uno de los mas impresionantes conjuntos arquitectónicos del mundo, quiero hoy recordar a Don Francisco Bazán Franco, a Paco Bazán, evocando su ejemplar testimonio nazareno del Miércoles Santo pasado, donde con un cielo gris y amenazante, una Hermandad ejemplar se echo a la calle con su Hermano Mayor al frente, tocado por el dolor y el sufrimiento de un mal que avanzaba sin remedio. Hoy, como cada día, por la Piazza dei Miracoli, bajo un sol que ya parece de verano, me acuerdo de ti, Paco, y pienso con cuanta pasión y cariño recorrerías estos mismos caminos, haciéndonos visibles los invisibles signos artísticos que tú dominabas a la perfección. Bajo este cielo celeste, como una tintura bien conseguida en un fresco monacal, yo quiero hoy rendirte mi homenaje de admiración, de respeto y de cariño, y pedirte que desde el Cielo cuides e intercedas por este atribulado y a veces rocambolesco mundo de las hermandades y cofradías que tú quisiste, y al que te entregaste ejemplarmente en tu puesto, entre otros, de hermano mayor.

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Descansa en Paz, amigo, ahora que Cristo ha restaurado para la Eternidad tu cuerpo castigado, tornándolo en cuerpo espiritual e indoloro, para vivir ese tiempo infinito que Dios tiene prometido a los mejores.

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