El quejío oscuro de Dolores Agujetas

Pasadas las diez y media de la noche comparecía en el escenario de la peña Tío José de Paula Dolores Agujetas, acompañada a la guitarra por Antonio Higuero. Salió vestida de negro enlutado y su cante se adentró de inmediato por la senda oscura de los soníos negros. Su cante dionisíaco desafiaba el ritmo de la guitarra y desgarraba la noche. En la primera parte, Dolores obsequió al público que llenaba la peña con tientos rematados por tangos, soleá y dos monumentales fandangos de Manuel Torre.

Tras el descanso, no se hizo esperar la siguiriya. Dolores Agujetas no sabe, ni quiere saber de reglas ni de técnica. Sólo canta el grito que sale de lo más profundo de sus entrañas. No es una melodía, sino un récit, un relato de vivencias personales y familiares que se remontan a un pasado remoto, a un lugar donde sólo habita le lleva la emoción.

A la siguiriya siguieron dos martinetes (ver vídeo), cante desprovisto de guitarra. Con ellos, Dolores devolvía el cante a su origen, que nadie sabe dónde está, pero q todo el mundo siente. Es el misterio de lo jondo, que no se puede medir y, por eso, es imprevisible. Se adentró, después, en la alboreá, se acordó de Carapiera y cerró con el clásico Aire y perlesía de la familia Agujetas. Finalizó su actuación por bulerías.

Desprovisto de todo adorno, el cante de Dolores Agujetas remite a lo más primitivo, al primer grito: ¿adónde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido? En el principio fue la palabra y el cante no es otra cosa que la búsqueda de la palabra perdida. El quejío oscuro de Dolores nos acerca a esa palabra naciente, auroral.