Un pensamiento desde Oxford

Uno de los regalos que el periodo vacacional ofrece es el de hacer un parón, repensar lo vivido, poner –si es necesario- borrón y cuenta nueva y comenzar a sopesar caminos, pasos y metas. Tiempo para pensar. Y el entorno no es cuestión baladí. Otros pensaron por estas calles, en estas aulas, y repasaron los pensamientos de otros en la gran biblioteca Bodleian, y aunque no tengas acceso a ella, desde el patio de las viejas facultades, puedes percibir el olor a pergaminos, viejos manuscritos y tinta oxidada. Pensar y evaluar por esas calles y esos edificios que constituyen el núcleo de Oxford, la primera Universidad del Mundo, la más prestigiosa. Cuando en mis llamadas telefónicas a Jerez, me informaban de los 40º que marcaba el termómetro, estos 20º me parecían la gloria. Y caminando una y otra vez por sus calles y jardines, me tropiezo a menudo con el monumento a los Mártires marcado por una cruz que no hace sino de memorial de la intransigencia, de la falta de diálogo, de la negación del encuentro y del abandono de caminos que nos acerquen. En una parte y otra, y en diferentes lugares –pienso- cuecen habas, y se siguen cociendo que es lo más grave. Camino y pienso. Percibo la altura cultural e intelectual que acumulan estos edificios y no comprendo cómo tanta luz puede producir sombras tan agigantadas. Paso por la calle que sostiene el Puente de los Suspiros que se arquea por encima del New College Lane y también yo suspiro, pero de alivio, como el que deja una vieja y pesada carga. Y tengo la sensación de abrir una nueva ruta. Una semana después me espera la barbarie de estos días en Barcelona, que aún me conmueve dentro. Y vuelvo a recordar aquellos días de Oxford, deseando que la luz termine por vencer a las sombras.