El recuerdo me viene de atrás, de hace ya
muchos años. Y es que estos calores adelantados, adelantan también la sensación
de proximidad del veraneo. Y me vuelve a la mente un día de verano, cuando la
brisa de la tarde limpiaba de calores el ambiente, desde ese Balcón de Europa
que hay en Nerja, frente a un Mediterráneo de luces espléndidas, pensaba en la
hermosura de esta tierra. Había decidido ese verano, pasar los pocos días de
descanso que tenía en una localidad andaluza, de cara al mar, convencido como
estaba de que valía la pena aprovechar las excelencias de estas costas, en
beneficio de la salud y el descanso, y también del placer de la vista, antes
que ir a buscar otros lugares fuera de ella. Fue una opción que se ha ido
repitiendo, sin renunciar a otras, y que me han dado enormes satisfacciones. Desde
aquel balcón, ya digo, con la playa de Calahonda a mis pies, disfrutaba de esta
tierra nuestra, rica donde las haya para beneficio de propios y foráneos.
Es
ya verano (aunque el calendario aún nos lo niegue) y el calor se ha aposentado
en estos lares. Cargamos con el cansancio acumulado de un año entero de
trabajos y tensiones, y el cuerpo y la razón nos piden una tregua. Que no es
nuestro cuerpo materia incombustible y hemos de darle el descanso merecido si
no queremos que la factura -¡siempre la pasa!- sea demasiado costosa y el curso
que se presenta en el horizonte otoñal nos dé algunos sustos y nuestro trabajo
no sea tan rentable como sería de desear. “Al César lo que es del César...”,
pero al descanso, lo suyo propio, que también es necesario. Y más con el
hartazgo al que nuestros políticos no tienen sometidos en estas vísperas.
Se acerca un
tiempo de vacaciones. Un tiempo ideal para conocer nuestros pueblos, disfrutar
de sus playas y sus sierras, gustar de una gastronomía mediterránea y
reparadora, heredera de muchas culturas y de mucha sabiduría antigua,
adentrarse en su historia a través de las huellas monumentales que el pasado
nos ha ido dejando, gozar del arte y conocer de cerca su gente tan variopinta y
tan rica. Echar mano a los libros que se fueron acumulando en las horas densas
en que el trabajo nos fue recortando horas de ocio y de cultura, y disfrutar de
las historias que otros vivieron, que otros narraron y que otros crearon.
Otros llegan
–y esperemos que este año también lo hagan en magnitudes grandes, para el bien
de nuestra economía- y es justo también que “lleguemos” nosotros a disfrutar de
nuestra tierra. Turismo andaluz, ¿por qué no para nosotros mismos? Turismo en
aquellos rincones de nuestra casa que aún no conocemos, y que vale la pena
visitar. De lo que conocemos y amamos, podemos más fácilmente hablar a los
demás, a los que vienen de tan lejos en su búsqueda.
Un verano
por delante para conocernos mejor y
disfrutar de lo nuestro. Es una opción tan excelente como la de ir a descubrir
nuevos paisajes (que también es necesario). Esperamos la tregua, para recuperar
las fuerzas, para afrontar los retos que el futuro nos presente por delante.
Disfrutar, y hacerlo contemplando el paisaje común, y disfrutando de lo que la
naturaleza, con tanta generosidad, nos ha donado.
Y prudencia
al volante, que este año nos toca rebajar las estadísticas. Tiempo de descanso,
de libertad, pero también de respeto a la ajena. Nos leeremos, y estaremos
juntos, desde la Andalucía que amamos, a la hora de afrontar los retos de
construir juntos, en esta tierra nuestra a la que el verano ya inunda de luz
una vez más, para disfrute de nuestra vista, para beneficio de nuestro talante.
Yo ya he puesto en mi futura bolsa de viaje un libro entrañable que nos trae al
presente la visión que de estas tierras de la provincia tenían los viajeros de
hace más de un siglo. Delicioso. Es de mi amigo Ramón Clavijo y se titula «La
Costa – Huellas de viajeros por el litoral gaditano (s. XIX-XX)-». Una buena
forma de empezar a preparar las vacaciones.