''Un milagro en la Victoria'' por Andrés Cañadas

26/04/17 Cofrademanía A. Cañadas

Los milagros existen. Suceden todos los días, aunque no todos los días sean fáciles de entender, o no anden las almas preparadas para comprender los grandes misterios del Cielo. Normal. Es mucha grandeza para tan pocas entendederas. Pero a veces sí. A veces la fuerza de la oración encuentra hueco en aquellas plegarias que son atendidas desde lo Alto, y entonces, los que son médicos se asombran ante lo que ven, y los que no lo somos, acertamos a comprender que siempre hay 'alguien' por ahí arriba, dispuesto a echarnos una mano cuando hace falta. Fe. Que así de corto es como llaman a este vendaval de emociones cargadas de Verdad.

Y algo así ha pasado esta Semana Santa ya dejada atrás, entre los dulces vuelos del pañuelo de la Soledad. 

Era Domingo de Ramos, cuando la noticia llegaba a la Victoria. Uno de los suyos, joven y sano en apariencia, había sufrido un ataque al corazón, del que se esperaban las peores consecuencias. Una de esas cosas que se escuchan sin dar crédito, y que provocan centenares de preguntas, y consecuentemente, centenares de oraciones pidiendo salud. No hace falta imaginar la semana de hospital entre malas caras y peores presagios, en medio de un ir y venir por la ciudad, de tambores y capirotes. No hace falta tampoco imaginar la cantidad de veces que todos los familiares y amigos debían contestar la pregunta que todos hacían.. ''¿cómo sigue la cosa?''. ''Mal. La verdad es que bastante mal''.

Y así se llegó al Miércoles Santo, cuando hasta las leves reacciones del enfermo -tres días ya dormido- eran aplacadas por la respuesta taxativa de los galenos: ''No esperéis mucho de este paciente. Es duro, pero es lo que creemos.'' Rabia y dolor. 'Porqués' constantes sin explicación alguna. Trasiego estéril de miradas y de dudas.. y un no saber qué hacer el Viernes Santo. Si vestir o no la túnica morada y negra que aguardaba planchada para tantos hermanos, sobrinos y primos.

Pero la túnica es eso: hermandad, penitencia, peticiones, lágrimas, abrazos, despedidas, y bienvenidas. Y en esas estaban quienes se disponían a revestirse del santo hábito nazareno, cuando una llamada de teléfobo tintaba de luz la tarde de las sombras. ¡Había despertado! Sin explicación. Para asombro de los incrédulos. Para misterio eterno entre las batas blancas. Sentado en una cama del hospital, preguntaba qué había pasado, y daba gracias al Cielo junto a los suyos, por este Viernes Santo tan particular y tan cargado de esperanzas.

Ha sido uno de los milagros sucedidos en los días santos recientemente dejados atrás. Uno que sí hemos entendido, porque así ha querido el Señor que haya ocurrido. Obviamente, no vamos a contar de quién se trata. Tampoco hace falta. Sólo, quédense con una cosa. O mejor, con una palabra corta... Fe. Esa que tantas cosas cosigue cuando se sabe de verdad, de corazón, que el Todopoderoso vive entre nosotros, aunque en su imagen por la Victoria se nos muestre muerto y descendido de la Cruz, entre las dulces lágrimas de su Madre, la Soledad.

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