Clavos donde aferrarse

16/04/17 Cofrademanía A. Cañadas

Existen clavos a los que nos aferramos cuando sentimos la arenilla de los precipicios sondear nuestras huellas. Sabemos que están ahí, solapados a la piel y que duele el verlos, el sentirlos, el nombrarlo.E l clavo de Soledad fue ese fuego ardiente que quemó peticiones un año más cuando el frío de los por qué se abalanzaron sobre nuestras sienes. Ayer fue la calma en la calle Guadalete para un pañuelo de colores que tiene que seguir peleándole la batalla a ese bicho traidor de las ilusiones. Sigo pensando que el clavo descendido hubiera sido el sitio perfecto para fajar mis promesas. Qué pequeño se sienten los latidos ante tanta grandeza tallada. Si no, que se lo pregunten al cable de la calle Pozuelo, que no sabía dónde meterse cuando la cruz le despechó el alma.

La vela del Cristo ondeando por San Miguel fue el clavo que la cofradía necesitó para respirar las tensiones de los últimos meses. Ver a un gitano sosteniendo el tricornio de un guardia civil para que éste se sintiera un cargador más, no tuvo precio. Ver cómo la dama silente de San Miguel inclinaba su cabeza para ver a la flamenca del manto rojo, será el recuerdo que me lleve a la tumba de mis recuerdos. Ver a las dos túnicas agitanadas de la ciudad explicándose una a la otra a qué sabe el duende de los rezos, valió una sonrisa de satisfacción y jerezania. Esta cofradía es un costado de esta ciudad. El Cristo es un costado de nuestras fronteras.   

Loreto no lleva clavos en su paso, sino alfileres que se van clavando como una tortura china en los adoquines de los repelucos. Parece la ausencia de la existencia. Siempre me gusta ir a verla cuando la luna bosteza y el pequeño avión de su muñeca pide tierra para descender silencios. Siempre vuelvo henchido.

Lo del misterio de las Viñas durante todo su recorrido fue un año más de un alarde de gracia y regocijo. Es un clavo que no duele, a pesar de saber que en su Exaltación, todo empieza a consumirse. El momento en el que la cuadrilla del misterio subió la calle Limones bajo los sones de la Agrupación de San Juan fue un lance torero difícil de olvidar. Levantó una ovación que la Señora de las Viñas sintió al llegar al Carmen. Me contaron que luego -al pasar por el puente-, aún seguía sonriendo. Lo de esta hermandad certifica que cuando hay vida todos los días del año, el año se resume en un día.  

Y nos queda el clavo de Piedad. Ese duelo de costuras. Esos dedales de amargura. Esa sombra en la noche. Ese perfil dibujado sobre la hoja de un cuchillo que no corta, quema. Me gusta verla llegar y me enamora verla marcharse. Perderme en las hebras de su manto es asomarme a escondidas a su maltrecha alma. Con Ella no acaba la semana, empieza la vida.

Viernes Santo… el día en el que un guiño del sur escuchó el susurro de que se aferrara al clavo de la vida, mientras una candelería encendida secaba lágrimas de felicidad.

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