La gallardía de ser realistas y apostar por ello

22/02/17 +Jerez Juan Félix Bellido

Observo los parámetros en los que nos movemos. Los valores que impregnan  nuestra inteligencia y nuestra vida concreta. Observo, muchas veces, la dualidad de nuestras acciones en relación con la sociedad concreta que nos rodea cada día, en la diferencia entre lo que pretendemos pensar y lo que llena nuestros actos diarios. La contradicción, frecuente, entre la filosofía en la que decimos creer y que dialécticamente intentamos defender y el trato que damos a nuestros semejantes cercanos: compañeros de trabajo, amigos, colegas… Sin la menor sensación de contradicción.

Y me sorprende gratamente escuchar a un empresario amigo afirmar, con convicción, que necesitamos una fuerte reforma en los planteamientos económicos, laborales, empresariales, pero que no puede estar ajeno a todo esto una formación en los valores. Afirmaba creer que el cambio que se necesita viene también de una raíz más profunda, que son los valores que impregnan nuestra vida y a los que no echamos demasiada cuenta. Es un ser humano renovado, impregnado de valores, el que puede producir una sociedad nueva, una convivencia diferente.

No es tarea fácil, pero no por ello es menos necesaria. Y no es cuestión de pose sino de convicción. ¡Chapó! He comprobado que en muchas situaciones de la vida tenía razón el poeta Virgilio (Roma, s. I a. C.): “Omnia vincit amor”. Sólo el amor es capaz de vencer ciertas situaciones. Es decir un valor, un valor noble y profundo, pero también comprometido y exigente. Porque la convicción que propicia un cambio social y una convivencia profundamente regenerativa, la he encontrado en otro romano, Catón: “Ira odium generat, concordia nutrit amorem”.(“ La ira genera el odio, la concordia alimenta el amor”). 

¡Qué acertada convicción! El español Juan de la Cruz, lo expresaría de esta otra forma práctica: “Pon amor donde no hay amor, y encontrarás amor”. Parece una cuestión casi de física. En una jarra sin agua, pon agua y encontrarás agua. Lo difícil es encontrar el agua y trasladarla a la jarra. Pero que la jarra está escasa del líquido elemento es obvio y suficientemente demostrable y, desde luego, no ofrece la menor duda; basta asomarse a los informativos y pasear por las calles y los foros de nuestras ciudades. Hacerla rebosar es cuestión de constancia. Que saciará la sed también es evidente. Para hacer caso a Catón y obtener el beneficio que nos propone, habrá que comenzar a acarrearla.

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