Aquí caben todos

Igual que en el tabanco, donde estuve ayer tomándome un mosto, mientras caía una notable lluvia sobre la ciudad. No éramos muchos los parroquianos. Es verdad. Estábamos los de casi siempre y ni uno más. Pero con la variedad de siempre. Unos del Madrid y otros del Barça.  Y, claro, barajando el empate del día antes. Ambas partes querían tener razón, pero ninguna echaba a la otra del local. Se admitía que hubiese de ambos bandos. Allí cabían los unos y los otros. Y esto me reconfortó. Porque no es lo más habitual en una ciudad tan presuntamente cainita como ésta en la que vivo, en la que parece que muchos digan: aquí el único que cabe soy yo, y todos los demás que se vayan a tomar viento fresco. Que el pastel me lo quiero comer yo solo. Pues no señor, que aquí caben todos y la variedad hace mejor el producto, lo enriquece, lo multiplica, y la gran mayoría se beneficia. Eso se llama competencia. Y lo que más beneficio da es la que llamamos competencia leal. La desleal es de malvados, raquíticos de entendederas y, en general, de mala gente, que se atosiga mirándose el ombligo, y que de pequeño le enseñaron sólo el yo, mí, me, conmigo. Y son capaces de hundir al más pintado con tal de sobresalir sólo ellos. Se equivocan. Aquí caben todos y esa competencia sana mejorará el producto, favorecerá una convivencia constructiva y nos hará más felices. Y, desde luego, a los unos y a los otros nos producirá menos quebraderos de cabeza. Siempre espero una carrera limpia. Es verdad que si le pincho las ruedas a las motos de los contrarios es más fácil que gane la mía. Pero, ¡qué poco mérito tendría yo como deportista! Nos tomamos un mosto con los demás parroquianos que, al fin y al cabo son sólo los hinchas de un equipo contrario, de unas ideas contrarias, de un trabajo distinto al mío, pero que no son ni mis enemigos en un campo de batalla ni aquellos objetivos de guerra a abatir. Que aquí, se lo aseguro a ustedes, cabemos todos, para bien de la sanidad cívica y para tranquilidad de nuestras conciencias. Y el pulso, si hay que echarlo, hay que hacerlo con competencia, sin trampear en la jugada, aunque no haya árbitro, que al final quien te saca la tarjeta amarilla e incluso la roja es la vida, y no vale la pena tanto esfuerzo para tan poco tiempo.