Mientras nos desayunamos con nuevas revelaciones
del caso Gürtel, de las tarjetas black, de los ERE de Andalucía, de esa
pandemia de corrupción que unos quieren tapar porque el achare les llega ya a
la entrada de la calva y le sale hasta por las narices y a otros no se les
ocurre otra cosa que aprovechar para echar más leña al fuego. Mientras ya nos
da miedo de mirar debajo de las alfombras porque el contenedor de basura va a
reventar de tanta mierda. Mientras no hay quien devuelva lo robado y aquí no
paga nadie en proporción al desaguisado que han montado para beneficio propio.
Pues mientras todo eso pasa apestoso ante nuestras narices, y estamos ya tan
hartos que no damos a bastos para tapárnosla, tenemos que aguantar las
peleíllas de patio de colegio de las tertulias televisivas que agotan hasta la
extenuación para no llegar a nada, tenemos que soportar la sarta de tonterías
que no solucionan nada y que los políticos reparten a derecha e izquierda, que
para eso, por lo visto, cobran, y no para arreglar este desaguisado de país. Yo
me machaco el hígado repasando algunas cifras en esta mesa del tabanco desde la
que escribo. Porque lo único que nos espera es que si falta “pasta” nos suban
los impuestos, nos bajen las pensiones, pero no hay quien obligue a los
mangantes a devolver el dinero que se han llevado para alivio de nuestras
cuentas.
Y la gran mayoría, a verlas venir
y a soportar la tormenta como podemos, con unas olas que si no nos tragan es
porque Dios no lo quiere. Porque mientras este batiburrillo de insensateces y
de despropósitos se pasea ante nuestras narices, 1.075.000 andaluces viven en
situación de "pobreza extrema" y subsisten con menos de 332
euros al mes. Y esto supone que el 12,8 por ciento de la población
andaluza se las pasa canutas. Y hago todas estas cábalas en una ciudad en la
que de sus 213.000 habitantes, 30.260 están en paro. Es decir un 34, 81 %.
Y como siento vergüenza cuando
repaso los números de lo que cobran los Consejeros, la Presidenta, los ediles
más cercanos y los dirigentes de algunos entes andaluces, cierro mi cuaderno
sin evitar el sonrojo que, desde luego no experimentan nuestros políticos, por
muchas vueltas que le den a la perdiz para marearla. Ya me gustaría ver qué
hacían algunos con 332 euros al mes.
Y el tabanquero me pone cara de
póker y se sorprende cuando le pido que, en vez de mi habitual copa de
amontillado, me traiga una tónica.