Harto de maniqueismo

26/09/16 +Jerez Juan Félix Bellido
Seguimos en lo mismo y no hay manera de desterrarlo. Más aún, se ha fomentado e incrementado cada vez que le ha hecho falta a los que jugaban a su favor de parte. Oye uno cada simplonería que no tiene más remedio que parar los motores y reflexionar sobre estas cosas. La visión maniquea sigue instalada falazmente a unos niveles preocupantes. Se trata de una visión dicotómica del mundo por la que están de un lado los buenos y del otro los malos. Para esta visión no existen los grises; sólo están el blanco y el negro. Sobre esta visión se construyen algunos mensajes. Simples, rotundos, reiterativos, de fácil asimilación y sin matizaciones. Y a base de impactos consecutivos y gracias a su obstinada repetición –como nos enseñan las Ciencias de la Información y las técnicas de marketing- el mensaje queda grabado como cosa cierta en el inconsciente colectivo y en nuestra visión de las cosas. Recurro al cine de mi infancia para articular un ejemplo. Los indios eran malos y el Séptimo de Caballería bueno. La mayoría de las películas parecían construidas sobre estos criterios. Los indios perdían siempre y el Séptimo de Caballería ganaba. Los indios eran primitivos y poco desarrollados, el Séptimo de Caballería era el progreso, el futuro, la preparación. Así que cuando volvías al cole y te encontrabas con el simplón pensamiento de tus compañeros de clase, no podías confesar que a ti te gustaban los indios porque te miraban como quien mira a un troglodita, raro y fuera de la realidad, dado que te habías puesto del lado de los “malos”. Hoy, la política española, ha caído en este maniqueísmo. Y, en una democracia, supone un grave peligro, además de una falacia. Al electorado se le da un mensaje simplón, como a mis compañeros del colegio: éstos son los buenos y éstos son los malos. Sin matices. Y, si hace falta, se manipula la memoria, la historia, los hechos acontecidos, con la colaboración de algunos estudiosos que no son capaces de hacerse preguntas más hondas y se quedan paseando por la superficie o por los lugares comunes. Con lo que no se producen respuestas que hagan avanzar, sino sólo intentan confirmar un pensamiento previo que no siempre se funda en los hechos. En los regímenes totalitarios, los que tienen el rábano por las hojas, califican: nosotros somos los buenos y los que se oponen son los malos. En una democracia, esto no tendría sentido. Todos los partidos, organizaciones, instituciones y formas de pensar, que encajen en la Constitución y no choquen con la ética y la legalidad, forman parte de la misma tripulación y están en el mismo barco. Caer en la tentación maniquea no construye una sociedad justa ni puede ser reflejo de la realidad. Aquí no se trata de ser del Betis o del Sevilla, del Real Madrid o del Barcelona. Las propuestas de unos y de otros no pueden basarse en conceptos maniqueos que terminen por destruir el mismo sistema. Cada uno trata de construir una sociedad mejor, democrática en ambos casos, y andar se demuestra andando. Los clisés que quieren manipular errores históricos –que los unos y los otros tienen en su mochila- falsea la verdad y llevan al error o a una visión parcial a la gente, que lo que espera son propuestas reales y concretas, actuales y eficaces, que hagan de sus vidas y de la sociedad en la que viven, algo mejor. Y esta sociedad está ya cansada de trompetas de gloria para los indios y de trompetas de gloria para el Séptimo de Caballería. Situarse en el presente y dejarse de historias de nuestra época de colegial sería un sabio ejercicio de realismo. Y desde ahí, construir sobre sólidos cimientos nuestra democracia y avanzar con honestidad para con la historia, para con los ciudadanos, para con el sentido común. El maniqueísmo es del siglo III de nuestra era y quizás convenga pensar en lo que ha llovido desde entonces.
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