''El catetismo de las medallas'' por Álvaro Ojeda

Son pequeños detalles, pero son detalles que, o te los enseñan, o no los aprendes nunca. Cuando yo era pequeño e iba a mi cofradía a un acto solemne, me gustaba pasearme luego por la casa de hermandad o el bar del barrio, con la medalla colgada;  incluso si teníamos que irnos de comida por el centro, la medallita se venía conmigo. Que la lleve un niño pequeño tiene un pase, pero yo ya no sería tan pequeño cuando me vino alguien de mi hermandad, y me dijo aquello de "Alvarito, quítate la medalla que no es la bufanda de ningún equipo". Hice caso.

Publicidad Mi medalla debía llegar al grado de misticismo y excelencia que merece. La medalla es parte de la túnica, y como tal, merece el mismo trato, en este caso descansar en mi cabecera o sobre cualquier cuadro de mis titulares. Mi medalla, para mí, sigue manteniendo el carmín de los besos de mi abuela antes de irme a mi estación de penitencia. También conserva la esencia de la mujer que me vestía de nazareno cuando yo no sabía el significado de todo aquello. Mi medalla, tiene la misma edad que yo, y en cualquier foto de mi infancia, siempre aparece colgada de mi cuello.

Publicidad Por eso, cuando veo a alguien metiendo su medalla en un plato de carne con tomate, o viendo un partido de fútbol, o paseándola por Jerez como si fuera la camiseta del Real Madrid, creo que no tuvo la suerte de que alguien se le acercara, y le explicara lo que a mí me explicaron.

Publicidad Este artículo no es una crítica; es simplemente una forma de convertirme en aquella persona mayor que me explicó aquello y que yo entendí. Si ustedes, que leen este articulo, logran ver en mí a esa persona mayor... gloria bendita; misión cumplida.