¿Qué se estará cocinando, de verdad,
en la olla? ¿Qué se estará cociendo en la cocina, donde se hacen los verdaderos
pucheros de este país, y que después tenemos que comernos, unos con más agrado,
otros a fuerza de pan, para que entren? En eso estaba yo pensando mientras
caminaba conversando con estas preguntas mías, que me ayudan a no tener la
obligación de comulgar siempre con ruedas de molinos. Dan vueltas en
mi cabeza mientras cruzo una ciudad fría y me encamino al tabanco. Un ritual reiterativo
todas las semanas, cuando hace frío y con creciente frecuencia cuando templa el
clima y resulta agradable venir a charlar con los parroquianos.
Ojeando la prensa, arrugada de tanto
pasearla bajo el brazo en este final de febrero, tan cuesta arriba, se me
engancha un recuerdo a la memoria. Un notable amigo sevillano –andaluz de pro y
sin sospecha alguna de caminar por otros andurriales que los nuestros- me
comentaba un día que los andaluces nos solemos mover poco, al contrario que
otros pueblos, en reivindicaciones de cualquier tipo que obliguen a salir al
albero… pero cuando otro pueblo de España da un paso adelante y dice que la
parte más consistente del pastel es suya, nos preguntamos con cierto aíre de
desafío ¿y por qué no mía también, y por qué no yo? Y nos echamos a donde haya
que echarse para reclamar nuestro derecho. No somos peleones –me insistía- pero
que no nos vengan con agravios comparativos porque saltamos como un felino. El
análisis de mi querido amigo tiene más de quince o veinte años, y se hallaba en
un contexto que ahora no viene a cuento, pero que se quedó grabado en mi
memoria, porque aunque me resultara demasiado radical, me parecía veraz y comprobable
en un gran porcentaje.
Valga un pequeño ejemplo: yo vengo
reclamando desde hace infinidad de tiempo la liberalización de la autopista
Jerez-Sevilla, pero me ha hecho mucha
gracia lo que algunos que lo podrían haber dicho hace ya mucho tiempo, dicen
que hay que liberar el peaje –¡y ojo al razonamiento!- para que Andalucía tenga
el “mismo trato solidario y justo” que otras Comunidades y “no sufra ningún
agravio comparativo”. O sea, que va a tener razón mi amigo. Porque, antes de
este tira y afloja pocos ciudadanos de esta provincia a la que tan poco caso se
le hace, nos hemos tirado a la calle para que no nos rasquen el bolsillo cada
vez que tenemos que ir a Sevilla en coche. Un sencillito ejemplo.
Y si se trata de poner el dedo en la
llaga, echemos una ojeada a la situación con Cataluña, a las tonterías de
Cristina Cifuentes con comentarios sobre los andaluces que no sé a quienes le
hacen gracia, o a algunas cosillas que mejor no menearlas, porque se nos puede
subir la bilirrubina. Y aunque sólo sea por aquella razón, típicamente nuestra,
según mi citado amigo, de “¿y por qué no nosotros?”, algo debería movernos.
Estamos de acuerdo, la tarta es también nuestra y somos más. De la historia
mejor no hablar, porque aquí hemos visto llover mucho y si hay que sacar la
historia por delante, algunos ya hemos estudiado y sabemos de qué va la
película. Pero aquí parece que sólo salimos a la calle en Semana Santa y Feria.
Eso ya nos ocupa suficientemente como para olvidarnos de otras razones
importantes que nos beneficiarían y que más nos valdría reivindicar.
Y dos datos para el recuerdo,
aprovechando que el 28 es el día de esta tierra nuestra –que parece negociarse
en base a otros y no a nosotros mismos-; que un 4 de diciembre de 1977, más de
dos millones de andaluces nos echamos a la calle, que un año después, en
Antequera, los partidos políticos –subrayo que fueron once, según cuenta la
historia- hicieron un pacto y se pusieron de acuerdo, por Andalucía; y de esta
forma el 28 de febrero de 1980 votamos en referéndum nuestra Autonomía. De ahí la
fiesta. La memoria, que es sano mantener viva.
Acabo de estar con un viejo amigo.
Hacía muchos años que no le veía. Me ha preguntado que por qué me dedico a la Historia. Yo le he contestado
con lo que acababa de leer en un artículo de la historiadora Annamita
Buttafuoco: “porque la historiografía… se dedica a disipar la amnesia y a
cultivar la memoria”, y “en este país –he añadido yo- cada vez nos estamos
volviendo más amnésicos”. Con todas las consecuencias que esto trae consigo, y porque,
como escribía Gerda Lerner, “no se trata de un lujo intelectual superfluo:
hacer historia es una necesidad social”. Por eso lo hago, por eso vuelvo a
menudo a remover escritos; digo que vuelvo a la historia; la recuerdo y le quito algo de
polvo, para que mejor luzca. La historia de Andalucía; la que a los políticos les
cuesta recordar con cierto rigor, no vaya a ser que se les enreden los papeles
y tengan que dar la razón a quien no les conviene [a ellos, quiero decir].
Por eso, en este tiempo de discusiones
políticas que tiran de la Historia
con una frivolidad que causa espanto, venía pensando yo en Andalucía, en esa
larga historia tan maltratada, tan robada y tan adaptada al gusto de los otros
para que no fuera sino motivo de hundimiento nuestro, de complejos, de dejarnos
varados en todas las arenas, de pretender hacernos renunciar al orgullo y a la
satisfacción de ser nosotros.
A ver si este 28 de febrero seguimos diciendo lo que aquel otro: “oiga
usted, que estamos aquí” – y aquí llevamos más de 3.000 años. Pues, lo que digo, que empiezo yo aplicándome
el cuento: “oiga que estamos aquí”, “que seguimos estándolo” porque lo
estábamos cuando Tartesos era un emporio, cuando los romanos tuvieron que
reconocernos nuestra realidad de pueblo, creando la provincia Bética, que
estuvimos muy activos y presentes con la monarquía visigoda, que llegamos a
unas alturas considerables con la cultura andalusí y Córdoba brillaba con luz
propia, como brilló Sevilla, como mantuvo la lámpara encendida Granada; que en
el Siglo de Oro tuvimos “escuela” propia, que fuimos puerta para América cuando
hubo que serlo y que no merecimos ser esquilmados ni había necesidad de
negarnos el pan y la sal y, encima, echar la culpa a un talante andaluz que no
es sino un estereotipo, como siempre, en beneficio de otros y en perjuicio
propio. En fin que, como siempre y en casi todo, “el
olvido lleva al exilio, mientras que la memoria es el secreto de la redención”,
como decía Baal Shem
Tob. Ya está a la vuelta de la esquina el día de Andalucía. 28 de febrero,
recuerdo de muchas cosas y actualización pragmática de otras.