¿Bienvenido a la Feria?

17/05/14 +Jerez Juan Ignacio López

Ya la he pisado. Ya la he bebido. Después de dos años sin venir a mi feria, he sentido la necesidad de adentrarme en el embrujo de esa ciudad efímera que se monta cada año en un inigualable recinto: el Parque González Hontoria. Un conjunto construido sólo y exclusivamente para el disfrute y la fiesta, donde ahogar las penurias que sufre, como el resto del país, la quinta ciudad de Andalucía.

Después de maravillarme, una vez más en mi vida, con el encanto y belleza de la que, para mí, es la Feria más bonita y coqueta de España, he observado cómo no todos se muestran conscientes de la difícil realidad económica por la que atravesamos. Y para muestra, un botón:

He entrado por la puerta del Paseo de la Rosaleda, donde había quedado con un antiguo compañero de trabajo. Tras los correspondientes saludos y típicos abrazos, me he dirigido a la barra a pedir un vaso de ‘rebujito’. Me lo han servido en vaso de tubo, de cristal en este caso. En el interior, tres cubitos de hielo (casi dos tercios del vaso), que han cubierto con vino fino, rellenándolo posteriormente con un poco de refresco de lima. “¿Cuánto es?”, he preguntado. “Son tres euros”, me insta el camarero. O es que me he vuelto muy ‘rata’, o no me he dado cuenta de que soy un parado más, o es que el personal ‘se pasa cuatro pueblos’. Más bien esto último.

El ambiente de esa caseta, bastante pijo por cierto, era cordial, aunque no exento del correspondiente ‘postureo’. Conclusión: “Que me esperen, que no vuelvo más,  ¿será por casetas?”. De allí, y tras la desagradable sorpresa, nos hemos dirigido a otra caseta, no sin antes ser bombardeado por las vendedoras de claveles, con las que, por cierto hay que tener ‘siete ojos’. Y no se trata de una reacción xenófoba, ni sectarismo ni de exclusión. Lo explico.

Hemos llegado a una caseta, la de una hermandad, a la sombrita y cerciorándonos de elegir un lugar donde no nos ‘claven’.

“Media de Tío Pepe, el más frío que tengas, que hace mucho calor. Y si tiene escarcha, mejor”, le hemos pedido al camarero. A esto, otro amigo ha pasado por allí. No se ha librado de un buen rato de charla, copeo y risas, foto incluida. Le he pasado la instantánea por WhatsApp, para que la tenga. Hasta ahí, todo normal. Este hombre ha tenido que marcharse, en busca de la gente con la que había quedado. Olvidaba decir que hemos cometido un grave error: dejar los móviles sobre la mesa, y que, también en esta tranquila caseta, ha continuado el asedio por parte de las vendedoras de claveles.

A los dos minutos, mi amigo, el que se marchó, ha vuelto con cara de preocupación. Los que nos quedamos hemos hecho un amago de celebración porque se ha vuelto con nosotros. Pero las sonrisas que han tornado indignación cuando el hombre ha preguntado por su teléfono, creyendo haberlo dejado sobre la mesa donde continuábamos. Y sí, lo dejó. Pero ya no estaba. La sospecha se centra en una de las vendedoras ambulantes, una que venía ataviada con un sombrero. El flamante iPhone, comprado hace unos días, se ha esfumado. Automáticamente, me he asegurado de tener mi smartphone encima. He respirado hondo al comprobar que así es.

Tras el desagradable episodio, nos hemos pedido otra media botella de  vino, y tras su ingesta hemos puesto rumbo a otra caseta. No lo he podido evitar: me ha ‘cortado el punto’ y me he ido para casa.

Hoy es día grande en la feria ¡A vivirlo, pues, que estamos aquí hasta no sabemos cuándo!

Consejo: el móvil, en el bolsillo. Y la cartera, muy medida. Por la ‘tiesura’ y por los inevitables gorrones, especie que sobrevive de manera muy peculiar en este tipo de cita.

Es Feria de Jerez. Especialmente hoy, coincidiendo con la fecha en que un Cernícalo voló al cielo, hacen ya 14 años, brindaré hasta que las fuerzas me lo permitan, por la memoria de mi padre. A buen seguro, junto a mi madre, estará presenciando esta gran fiesta desde una caseta privilegiada, la más alta, tal vez ¡va por vosotros!

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